Steve Jobs. La biografía
Jobs comenzó a pasar gran parte de su tiempo
con Kottke y su novia, Elizabeth Holmes, incluso después de haberla ofendido la
primera vez que se conocieron al preguntar por cuánto dinero haría falta para
que ella se acostara con otro hombre. Hicieron autoestop juntos hasta la costa,
se embarcaron en las típicas discusiones estudiantiles sobre el sentido de la
vida, asistieron a los festivales del amor del centro local de los Hare Krishna
y acudieron al centro zen para conseguir comida vegetariana gratis. «Era muy
divertido —apuntaba Kottke—, pero también filosófico, y nos tomábamos muy en
serio el budismo zen».
Jobs comenzó a visitar la biblioteca y a
compartir otros libros sobre la filosofía zen con Kottke, entre ellos Mente
zen, mente de principiante, de Shunryu Suzuki, Autobiografía de un yogui, de
Paramahansa Yogananda, Conciencia cósmica, de Richard Maurice Bucke, y Más allá
del materialismo espiritual, de Chögyam Trungpa. Crearon un centro de
meditación en un ático abuhardillado que había sobre la habitación de Elizabeth
Holmes y la decoraron con grabados hindús, una alfombra, velas, incienso y
esterillas. «Había una trampilla en el techo que conducía a un ático muy amplio
—contó—. A veces tomábamos drogas psicodélicas, pero principalmente nos
limitábamos a meditar».
La relación de Jobs con la espiritualidad
oriental, y especialmente con el budismo zen, no fue simplemente una moda
pasajera o un capricho de juventud. Los adoptó con la intensidad propia de él,
y quedó firmemente grabado en su personalidad. «Steve es muy zen —afirmó
Kottke—. Aquella fue una influencia profunda. Puedes verlo en su gusto por la
estética marcada y minimalista y en su capacidad de concentración». Jobs
también se vio profundamente influido por el énfasis que el budismo pone en la
intuición. «Comencé a darme cuenta de que una conciencia y una comprensión
intuitivas eran más importantes que el pensamiento abstracto y el análisis
intelectual lógico», declararía posteriormente. Su intensidad, no obstante, le
dificultaba el camino hacia el auténtico nirvana; su conciencia zen no se veía
acompañada por una gran calma interior, paz de espíritu o conexión
interpersonal.
A Kottke y a él también les gustaba jugar a
una variante alemana del ajedrez del siglo XIX llamada Kriegspiel, en la que
los jugadores se sientan espalda contra espalda y cada uno tiene su propio
tablero y sus fichas pero no puede ver las de su contrincante. Un moderador les
informa de si el movimiento que quieren realizar es legal o ilegal, y tienen que
tratar de averiguar dónde se encuentran las piezas del contrario. «La partida
más alucinante que jugué con ellos tuvo lugar durante una fuerte tormenta
eléctrica, sentados junto a un fuego —recuerda Holmes, que actuaba como
moderadora—. Se habían colocado con ácido. Movían las fichas tan rápido que
apenas podía seguirles».
Otro libro que tuvo una enorme influencia
sobre Jobs durante su primer año de universidad —puede que incluso demasiada—
fue Diet for a Small Planet («Dieta
para un planeta pequeño»), de Frances Moore
Lappé, que exaltaba los beneficios del vegetarianismo tanto para uno mismo como
para todo el planeta. «Ahí es cuando
renuncié a la carne prácticamente por
completo», apuntó. Sin embargo, el libro también reforzó su tendencia a adoptar
dietas extremas que incluían purgas, períodos de
ayuno o la ingesta de únicamente uno o dos
alimentos, como por ejemplo manzanas y zanahorias, durante semanas enteras.
Jobs y Kottke se volvieron vegetarianos
estrictos durante su primer año de universidad. «Steve se metió en aquello
incluso más que yo —afirmó Kottke—. Vivía a base de cereales integrales». Iban
a por provisiones a una cooperativa de granjeros, donde Jobs adquiría una caja
de cereales que le duraba una semana y otros productos naturales a granel. «Compraba
cajas y cajas de dátiles y almendras, y un montón de zanahorias, se compró una
licuadora, y preparábamos zumos de zanahoria y ensaladas con zanahoria. Corre
el rumor de que Steve se puso naranja de tanto comer zanahorias, y lo cierto es
que algo hay de verdad en ello». Sus amigos lo recuerdan, en ocasiones, con un
tono naranja como el de una puesta de sol.
Los hábitos alimentarios de Jobs se volvieron
aún más extravagantes y obsesivos cuando leyó Sistema curativo por dieta
amucosa, de Arnold Ehret, un fanático de la nutrición de origen alemán nacido a
principios del siglo XX. El autor sostenía que no había que comer nada más que
frutas y verduras sin almidón. Estas, según él, evitaban que el cuerpo
produjera mucosidades dañinas. También defendía las purgas periódicas a través
de prolongados ayunos. Aquello supuso el fin incluso de los cereales integrales
y de cualquier tipo de arroz, pan, grano o leche. Jobs comenzó a alertar a sus
amigos acerca de los peligros mucosos agazapados en su bollería.
«Me metí en aquella dieta con mi típico estilo
obsesivo», afirmó. Llegados a cierto punto, Kottke y él pasaron toda una semana
comiendo únicamente manzanas, y más
adelante Jobs pasó incluso a probar ayunos más
estrictos. Comenzaba con períodos de dos días, y en ocasiones trataba de
prolongarlos hasta una semana o más, interrumpiéndolos cuidadosamente con
grandes cantidades de agua y verduras. «Después de una semana comienzas a
sentirte de maravilla —aseguró—. Ganas un montón de vitalidad al no tener que digerir
toda esa comida. Estaba en una forma excelente. Me sentía como si pudiera
levantarme y llegar caminando hasta San
Francisco de haberme apetecido». Ehret murió a
los cincuenta y seis años al sufrir una caída mientras daba un paseo, y
golpearse la cabeza.
Vegetarianismo y budismo zen, meditación y
espiritualidad, ácido y rock: Jobs hizo suyos con gran intensidad los múltiples
impulsos que por aquella época se habían
convertido en símbolos de la subcultura
universitaria en pos de la iluminación. Y sin embargo, aunque apenas se dedicó
a ello en Reed, conservaba todo el interés por la electrónica que, algún día, acabaría por
combinarse sorprendentemente bien con el resto de la mezcla.
Fuente: Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de
David González-Iglesias González/Torreclavero
www.megustaleer.com
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