GREGORIO VII.- Nació en una aldea de Toscana
hacia el 1020. Se educó de niño en el monasterio cluniacense de Santa María, en
el Aventino. Nombrado más tarde legado pontificio en Francia y Alemania, pudo
comprobar el estado de relajación en que se encontraba la Iglesia. Elegido
papa en el año 1073, emprende inmediatamente la reforma. Condena la simonía y
el matrimonio de los clérigos; pero consciente de que no lograría nada si no
atacaba el mal de raíz, se decide a publicar un decreto de excomunión contra «cualquiera
que en lo sucesivo reciba un obispado o abadía de manos de persona seglar; y no
será tenido por obispo o abad ni podrá entrar en el templo». Las mismas penas
recaían sobre cualquier emperador, rey o príncipe que osare dar la investidura.
La mayoría de los príncipes obedecieron el decreto, pero no así el emperador de
Alemania, Enrique IV, y algunos príncipes suyos. De esta manera comenzó la
lucha de las investiduras. En ella podemos distinguir tres fases:
Primera fase: Enrique IV consideraba
al papa feudatario suyo y se atrevió a deponerle, nombrando un antipapa.
Gregorio VII excomulga al emperador y libera a sus súbditos del juramento de
fidelidad. Los príncipes alemanes se sublevaron y amenazaron a Enrique IV con
elegir otro emperador si no se reconciliaba con el papa en el término de un
año. Enrique IV, viendo en peligro su trono, acude humillado al castillo de
Canossa, donde se había refugiado Gregorio VII, y después de tres días, obtiene
el perdón.
Segunda
fase: Vuelto Enrique a Alemania, vence a sus enemigos, y con un poderoso
ejército se dirige a Roma. Sitia al papa en el castillo de Santángelo, de donde
es liberado por el normando Guiscardo. Refugiado Gregorio VII en Salerno, moría
poco después pronunciando las palabras del Salmo: «Amé la justicia y odié la
iniquidad; por eso muero en el destierro».
Tercera
fase, victoria definitiva de Roma: Los sucesores de Gregorio VII,
principalmente Urbano II (1088-1099), continuaron la lucha de las investiduras.
Enrique V, que había destronado a su padre, se apoderó del papa y logró
arrancarle un privilegio en favor de las investiduras. El papa más tarde lo
declaró nulo por haber sido obtenido a la fuerza. Apurado el emperador por la
declaración de la guerra civil en sus Estados, se avino a un acuerdo con
Calixto II en el Concordato de Worms. En él renunciaba el emperador a las
investiduras, dejando a la
Iglesia en plena libertad para elegir y consagrar a sus
obispos.