Mandela, mediador en las guerras africanas; el encontronazo con Mugabe



 Mandela, mediador en las guerras africanas; el encontronazo con Mugabe 
Durante su mandato, y también con posterioridad al mismo, el dirigente sudafricano ejerció una suprema autoridad moral en varios de los conflictos bélicos que asolaban el continente negro, presentándose a los contendientes como árbitro y facilitador. El 4 de mayo de 1997 intentó reconciliar, reuniéndolos en la ciudad congoleña de Point Noire, al dictador zaireño Mobutu Sese Seko y al líder guerrillero 
Laurent Kabila. La tentativa fracasó y al cabo de unos días Kabila y sus rebeldes conquistaron Kinshasa y pusieron término a 22 años de régimen mobutista. 

En la segunda guerra civil que estalló en agosto de 1998 en la rebautizada República Democrática del Congo, caracterizada por la profusión de contendientes y la mortalidad de civiles a una escala sin precedentes, y que terminó suponiendo la intervención militar directa de siete estados de la región, Mandela multiplicó sus esfuerzos pacificadores. 

Aunque sus simpatías por el Gobierno de Kabila eran manifiestas, el dirigente sudafricano adoptó en el seno de la SADC (de la que fue presidente de turno hasta septiembre de 1998) una posición sumamente cauta, hasta el punto de enfrentarse con el presidente zimbabwo, 
Robert Mugabe, por su decisión belicista de enviar un fuerte contingente de tropas en ayuda de Kabila, acosado desde el este por la potente ofensiva rwando-ugandesa. 

Los roces entre Mandela y Mugabe sugerían una rivalidad apenas soterrada por el liderazgo regional. Que Mugabe, un luchador por la libertad en la antigua Rhodesia del Sur devenido autócrata sin escrúpulos, hubiese sido en la década de los ochenta un gran valedor de la Línea del Frente, no fue óbice para que Mandela pusiera muy mala cara a la violenta reforma agraria lanzada por el Gobierno de Harare a finales de 1999, en la que sus partidarios, inflamados por la retórica nacionalista y de odio racial que destilaba el régimen del ZANU-PF, se dedicaron a asaltar las granjas de los ciudadanos blancos, causando muertos y destrucciones, y sumiendo al país en una situación social y política explosiva, amén de abocarlo a la ruina económica. 

En mayo de 2000, ya fuera de la Presidencia, y mientras Mbeki intentaba influir positivamente en el conflicto zimbabwo con su criticada estrategia de la "diplomacia tranquila", que omitía cualquier atisbo de crítica a Harare, Mandela se descolgó con unas declaraciones, insólitamente crudas en él, donde aseguraba que en África había "líderes que un día comandaron ejércitos de liberación" y que luego habían hecho "una enorme riqueza" y únicamente se mostraban interesados en "explotar a los pobres y movilizar a niños para lanzarlos a morir por su enriquecimiento personal". 

"Esa es la lección de la historia", sentenciaba Mandela, que "los tiranos de hoy pueden ser destruidos por vosotros [los pueblos que los padecen], y confío en que tengáis la capacidad de hacerlo". Preguntado por los asombrados periodistas si se estaba refiriendo a Mugabe, Mandela respondió: "Todo el mundo sabe de quién estoy hablando". En junio de 2008 Mandela volvería a fustigar a Mugabe, denunciando el "trágico fracaso del liderazgo" del presidente zimbabwo. 

La tendencia a buscar en la nueva Sudáfrica democrática una autoridad fuerte para la resolución de todo tipo de desavenencias y crisis nacionales en los estados de la zona pareció prefigurar un escenario de presencia militar activa. Sin embargo, el Mandela presidente se mostró bastante reticente a las fórmulas expeditivas, que permitirían a Sudáfrica demostrar a las claras su condición de potencia regional en la parte meridional del continente (como Nigeria podía serlo en África occidental), por entender que las intervenciones militares, ya fueran de interposición, de pacificación o en misión humanitaria, podían fácilmente añadir más leña al fuego y agravar el conflicto de turno.

La única excepción a este pensamiento, no por ello menos clamorosa y polémica por su carácter drástico y de injerencia, fue el envío el 22 de septiembre de 1998 de un destacamento de 800 soldados, junto con tropas de Botswana, al estado de Lesotho, pequeño reino independiente incrustado en Sudáfrica, entre las provincias del Cabo Oriental, KwaZulu-Natal y el Estado Libre, para poner orden en un contexto de crisis política poselectoral y de motines militares. 

La intervención del Ejército sudafricano, producida a petición del acosado primer ministro
Pakalitha Mosisili, dio lugar a algunos enfrentamientos con las tropas locales amotinadas en la capital, Maseru, antes de conseguir imponer la paz y preservar la legalidad constitucional. 

La actividad facilitadora de Mandela se cobró su mayor éxito en Burundi, donde en octubre de 1999 tomó el relevo al fallecido Julius Nyerere, el esclarecido ex presidente tanzano, en los esfuerzos para la instalación de un poder compartido entre las distintas tendencias de la minoría tutsi y la mayoría hutu, cuyos enfrentamientos sectarios desde 1993 habían arrastrado al pequeño país centroafricano a una devastadora guerra civil. 

El 28 de agosto de 2000 Mandela presidió en Arusha, Tanzania, la firma de un Acuerdo de Paz y Reconciliación, el cual, si bien no detuvo todavía la guerra civil, sí puso en marcha en Burundi una transición política que iba a culminar positivamente en 2005 con la celebración de elecciones democráticas. El líder sudafricano anunció el fin de su mediación en Burundi el primero de noviembre de 2001, en la inauguración, vigilada por 700 soldados de su país, del nuevo Gobierno multipartito de transición, aunque se comprometió a continuar como "garante moral" del Acuerdo de Arusha. 

Dentro de la Presidencia, la última mediación destacada de Mandela fue, en marzo de 1999, en las negociaciones entre el régimen libio de 
Muammar al-Gaddafi y los gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido para la suspensión de las sanciones de la ONU al país magrebí a cambio de la entrega a la justicia escocesa, para su juicio en los Países Bajos, de los dos ciudadanos libios acusados de perpetrar el atentado contra el avión de la Pan Am que en 1988 fue destruido en pleno vuelo sobre la localidad de Lockerbie. 4.2. Mandela, mediador en las guerras africanas; el encontronazo con Mugabe 
Durante su mandato, y también con posterioridad al mismo, el dirigente sudafricano ejerció una suprema autoridad moral en varios de los conflictos bélicos que asolaban el continente negro, presentándose a los contendientes como árbitro y facilitador. El 4 de mayo de 1997 intentó reconciliar, reuniéndolos en la ciudad congoleña de Point Noire, al dictador zaireño Mobutu Sese Seko y al líder guerrillero 
Laurent Kabila. La tentativa fracasó y al cabo de unos días Kabila y sus rebeldes conquistaron Kinshasa y pusieron término a 22 años de régimen mobutista. 

En la segunda guerra civil que estalló en agosto de 1998 en la rebautizada República Democrática del Congo, caracterizada por la profusión de contendientes y la mortalidad de civiles a una escala sin precedentes, y que terminó suponiendo la intervención militar directa de siete estados de la región, Mandela multiplicó sus esfuerzos pacificadores. 

Aunque sus simpatías por el Gobierno de Kabila eran manifiestas, el dirigente sudafricano adoptó en el seno de la SADC (de la que fue presidente de turno hasta septiembre de 1998) una posición sumamente cauta, hasta el punto de enfrentarse con el presidente zimbabwo, 
Robert Mugabe, por su decisión belicista de enviar un fuerte contingente de tropas en ayuda de Kabila, acosado desde el este por la potente ofensiva rwando-ugandesa. 

Los roces entre Mandela y Mugabe sugerían una rivalidad apenas soterrada por el liderazgo regional. Que Mugabe, un luchador por la libertad en la antigua Rhodesia del Sur devenido autócrata sin escrúpulos, hubiese sido en la década de los ochenta un gran valedor de la Línea del Frente, no fue óbice para que Mandela pusiera muy mala cara a la violenta reforma agraria lanzada por el Gobierno de Harare a finales de 1999, en la que sus partidarios, inflamados por la retórica nacionalista y de odio racial que destilaba el régimen del ZANU-PF, se dedicaron a asaltar las granjas de los ciudadanos blancos, causando muertos y destrucciones, y sumiendo al país en una situación social y política explosiva, amén de abocarlo a la ruina económica. 

En mayo de 2000, ya fuera de la Presidencia, y mientras Mbeki intentaba influir positivamente en el conflicto zimbabwo con su criticada estrategia de la "diplomacia tranquila", que omitía cualquier atisbo de crítica a Harare, Mandela se descolgó con unas declaraciones, insólitamente crudas en él, donde aseguraba que en África había "líderes que un día comandaron ejércitos de liberación" y que luego habían hecho "una enorme riqueza" y únicamente se mostraban interesados en "explotar a los pobres y movilizar a niños para lanzarlos a morir por su enriquecimiento personal". 

"Esa es la lección de la historia", sentenciaba Mandela, que "los tiranos de hoy pueden ser destruidos por vosotros [los pueblos que los padecen], y confío en que tengáis la capacidad de hacerlo". Preguntado por los asombrados periodistas si se estaba refiriendo a Mugabe, Mandela respondió: "Todo el mundo sabe de quién estoy hablando". En junio de 2008 Mandela volvería a fustigar a Mugabe, denunciando el "trágico fracaso del liderazgo" del presidente zimbabwo. 

La tendencia a buscar en la nueva Sudáfrica democrática una autoridad fuerte para la resolución de todo tipo de desavenencias y crisis nacionales en los estados de la zona pareció prefigurar un escenario de presencia militar activa. Sin embargo, el Mandela presidente se mostró bastante reticente a las fórmulas expeditivas, que permitirían a Sudáfrica demostrar a las claras su condición de potencia regional en la parte meridional del continente (como Nigeria podía serlo en África occidental), por entender que las intervenciones militares, ya fueran de interposición, de pacificación o en misión humanitaria, podían fácilmente añadir más leña al fuego y agravar el conflicto de turno.

La única excepción a este pensamiento, no por ello menos clamorosa y polémica por su carácter drástico y de injerencia, fue el envío el 22 de septiembre de 1998 de un destacamento de 800 soldados, junto con tropas de Botswana, al estado de Lesotho, pequeño reino independiente incrustado en Sudáfrica, entre las provincias del Cabo Oriental, KwaZulu-Natal y el Estado Libre, para poner orden en un contexto de crisis política poselectoral y de motines militares. 

La intervención del Ejército sudafricano, producida a petición del acosado primer ministro
Pakalitha Mosisili, dio lugar a algunos enfrentamientos con las tropas locales amotinadas en la capital, Maseru, antes de conseguir imponer la paz y preservar la legalidad constitucional. 

La actividad facilitadora de Mandela se cobró su mayor éxito en Burundi, donde en octubre de 1999 tomó el relevo al fallecido Julius Nyerere, el esclarecido ex presidente tanzano, en los esfuerzos para la instalación de un poder compartido entre las distintas tendencias de la minoría tutsi y la mayoría hutu, cuyos enfrentamientos sectarios desde 1993 habían arrastrado al pequeño país centroafricano a una devastadora guerra civil. 

El 28 de agosto de 2000 Mandela presidió en Arusha, Tanzania, la firma de un Acuerdo de Paz y Reconciliación, el cual, si bien no detuvo todavía la guerra civil, sí puso en marcha en Burundi una transición política que iba a culminar positivamente en 2005 con la celebración de elecciones democráticas. El líder sudafricano anunció el fin de su mediación en Burundi el primero de noviembre de 2001, en la inauguración, vigilada por 700 soldados de su país, del nuevo Gobierno multipartito de transición, aunque se comprometió a continuar como "garante moral" del Acuerdo de Arusha. 

Dentro de la Presidencia, la última mediación destacada de Mandela fue, en marzo de 1999, en las negociaciones entre el régimen libio de 
Muammar al-Gaddafi y los gobiernos de Estados Unidos y el Reino Unido para la suspensión de las sanciones de la ONU al país magrebí a cambio de la entrega a la justicia escocesa, para su juicio en los Países Bajos, de los dos ciudadanos libios acusados de perpetrar el atentado contra el avión de la Pan Am que en 1988 fue destruido en pleno vuelo sobre la localidad de Lockerbie. 

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