Steve Jobs. La biografía -7 Chrisann y Lisa

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7 Chrisann y Lisa
El que ha sido abandonado...
Desde que vivieron juntos en una cabaña durante el verano siguiente a su salida del instituto, Chrisann Brennan había estado entrando y saliendo de la vida de Jobs.
Cuando este regresó de la India en 1974, pasaron un tiempo juntos en la granja de Robert Friedland. «Steve me invitó a acompañarlo, y éramos jóvenes y libres y llevábamos una vida relejada  recordaba—. Allí había una energía que me llegó al corazón».
Cuando regresaron a Los Altos, su relación evolucionó hasta convertirse, en líneas generales, en una mera amistad. Él vivía en su casa y trabajaba para Atari, mientras que ella tenía un pequeño apartamento y pasaba mucho tiempo en el centro zen de Kobun Chino. A principios de 1975, Chrisann comenzó una relación con un amigo común de la pareja, Greg Calhoun. «Estaba con Greg, pero de vez en cuando volvía con Steve —comentó Elizabeth Holmes—. Aquello era de lo más normal para todos nosotros. Íbamos pasando de unos a otros. Al fin y al cabo, eran los setenta».
Calhoun había estado en Reed con Jobs, Friedland, Kottke y Holmes. Al igual que los demás, se interesó profundamente por la espiritualidad oriental, dejó los estudios en Reed y se abrió camino hasta la granja de Friedland. Allí, se instaló en un gallinero de unos quince metros cuadrados que transformó en una casita tras elevarla sobre bloques de hormigón y construir un dormitorio en su interior. En la primavera de 1975, Brennan se mudó al gallinero con Calhoun, y el año siguiente
decidieron realizar también un peregrinaje a la India. Jobs le aconsejó a su amigo que no se llevase a Brennan consigo, porque aquello iba a interferir en su búsqueda espiritual, pero la pareja no desistió de sus planes. «Había quedado tan impresionada por lo que le había pasado a Steve durante su viaje a la India que yo también quise ir allí», comentó ella.
Aquel fue un viaje con todas las de la ley, que comenzó en marzo de 1976 y duró casi un año. En un momento dado se quedaron sin dinero, así que Calhoun hizo autoestop hasta Irán para impartir clases de inglés en Teherán. Brennan se quedó en la India, y cuando él acabó su labor como profesor, ambos hicieron de nuevo autoestop para encontrarse en un punto intermedio, en Afganistán. El mundo era un lugar muy diferente por aquel entonces.
Tras un tiempo, su relación se fue desgastando, y ambos regresaron de la India por separado. En el verano de 1977, Brennan había vuelto a Los Altos, donde vivió durante un tiempo en una tienda de campaña situada en terrenos del centro zen de Kobun Chino. Para entonces, Jobs ya había salido de la casa de sus padres y alquilado, por 600 dólares al mes y a medias con Daniel Kottke, un chalé en una urbanización de Cupertino. Aquella era una escena extraña, dos hippies de espíritu libre viviendo en una casa a la que llamaban «Rancho Residencial». «Era una casa de cuatro habitaciones, y a veces alquilábamos alguna de ellas durante un tiempo a todo tipo de chiflados, como una bailarina de striptease», recordaba Jobs. Kottke no podía comprender por qué Jobs no se había mudado él solo a una casa, puesto que por aquel entonces ya podía permitírselo. «Creo que, sencillamente, quería tener un compañero de residencia», especuló Kottke.
A pesar de que solo había mantenido una relación esporádica con Jobs, Brennan pronto acabó viviendo también allí. Aquello condujo a una serie de acuerdos de convivencia dignos de una comedia francesa. La casa contaba con dos grandes dormitorios y dos pequeños. Jobs, como era de esperar, se adjudicó el mayor de todos ellos, y Brennan (puesto que no estaba realmente viviendo con Steve) se mudó a la otra habitación grande. «Los otros dos cuartos tenían un tamaño como para bebés, y yo no quería quedarme en ninguno de los dos, así que me mudé al salón y dormía en un colchón de espuma», comentó Kottke. Convirtieron una de las salas pequeñas en un espacio para meditar y consumir ácido, igual que en el ático anteriormente utilizado en Reed. Estaba lleno de espuma de embalaje proveniente de las cajas de Apple. «Los chicos del barrio solían venir, nosotros los metíamos en aquella habitación y se lo pasaban en grande —relató Kottke—. Hasta que Chrisann
trajo a casa unos gatos que se mearon en la espuma, y tuvimos que deshacernos de ella».
Convivir en aquella casa reavivaba en ocasiones la relación física que Chrisann Brennan mantenía con Jobs, y pasados unos meses la chica se quedó embarazada. «Steve y yo estuvimos entrando y saliendo de aquella relación durante los cinco años anteriores a yo me quedara embarazada —dijo ella—. No sabíamos estar juntos y tampoco sabíamos estar separados». Cuando Greg Calhoun llegó haciendo autoestop desde Colorado para visitarlos el día de Acción de Gracias de 1977, Chrisann
le contó la noticia. «Steve y yo hemos vuelto y ahora estoy embarazada, pero seguimos rompiendo y volviendo a juntarnos, y no sé qué hacer», anunció.
Calhoun advirtió que Jobs parecía estar desconectado de aquella situación. Incluso trató de convencer a Calhoun para que se quedara con ellos y fuera a trabajar a Apple. «Steve no se estaba enfrentando a la situación con Chrisann y al embarazo —recordaba—. Podía volcarse completamente en ti un instante, para desapegarse al siguiente. Había una faceta de su personalidad que resultaba aterradoramente fría».
Cuando Jobs no quería enfrentarse a una distracción, a veces optaba por ignorarla, como si pudiera conseguir que dejara de existir simplemente gracias a la fuerza de su voluntad. En ocasiones era capaz de distorsionar la realidad, no solo para los demás, sino incluso para sí mismo. En el caso del embarazo de Brennan, sencillamente lo expulsó de su mente. Cuando se vio obligado a afrontar la situación, negó saber que él era el padre, a pesar de que reconoció que había estado acostándose con ella. «No tenía la certeza de que fuera hijo mío, porque estaba bastante seguro de que yo no era el único con el que se había estado acostando —me contó más tarde—. Ella y yo ni siquiera estábamos saliendo cuando se quedó embarazada. Simplemente tenía una habitación en nuestra casa». A Brennan no le cabía ninguna duda de que Jobs era el padre. No había estado viéndose con Greg ni con ningún otro hombre por aquella época.
¿Estaba Jobs engañándose a sí mismo, o realmente no sabía que él era el padre? «Creo que no podía acceder a esa parte de su cerebro o a la idea de tener que ser responsable», suponía Kottke. Elizabeth Holmes estaba de acuerdo: «Consideró la posibilidad de la paternidad y consideró la posibilidad de no ser padre, y decidió creerse esta última. Tenía otros planes para su vida».
No se discutió el tema del matrimonio. «Yo sabía que ella no era la persona con la que me quería casar y que nunca seríamos felices, que no duraría mucho — comentaba Jobs después—. Estaba a favor de que abortara, pero ella no sabía qué hacer. Lo pensó mucho y al final decidió no hacerlo, o puede que realmente no llegara a decidirlo, creo que el tiempo tomó la decisión por ella». Brennan me contó que había tomado la decisión consciente de tener al bebé. «Él dijo que el aborto le parecía una buena opción, pero nunca me presionó al respecto». Resulta interesante ver cómo, a la luz de su propio pasado, hubo una opción que rechazó de plano.
«Insistió e insistió en que no entregara al bebé en adopción», comentó ella.
Se produjo entonces una inquietante ironía. Jobs y Brennan tenían ambos veintitrés años, la misma edad que Joanne Schieble y Abdulfattah Jandali cuando tuvieron a Jobs. Él todavía no había localizado a sus padres biológicos, pero sus padres adoptivos le habían informado parcialmente de su historia. «No sabía en aquel momento que nuestras edades coincidían, así que aquello no tuvo ningún efecto en mis discusiones con Chrisann», declaró él posteriormente. Jobs rechazó la idea de que
estuviera de alguna forma siguiendo la pauta de su padre biológico de no enfrentarse a la realidad o asumir su responsabilidad a los veintitrés años, pero sí reconoció que aquella irónica similitud le hizo reflexionar. «Cuando me enteré de que Joanne tenía veintitrés años cuando se quedó embarazada de mí, pensé: “¡Guau!”».
La relación entre Jobs y Brennan se deterioró rápidamente. «Chrisann adoptaba una postura victimista y denunciaba que Steve y yo estábamos en su contra — recordaba Kottke—. Steve se limitaba a reírse y a no tomársela en serio». Brennan no tenía una gran estabilidad emocional, como ella misma reconoció posteriormente. Comenzó a romper platos, arrojar objetos, destrozar la casa y escribir palabras obscenas con carbón en las paredes. Aseguró que, con su insensibilidad, Jobs se empeñaba en provocarla. «Es un ser iluminado, y también cruel. Resulta una combinación extraña». Kottke se vio atrapado entre ambos. «Daniel carecía de esa crueldad, así que estaba algo desconcertado por el comportamiento de Steve —afirmó Brennan—. Pasaba de afirmar: “Steve no te está tratando bien” a reírse con él de mí».
Entonces Robert Friedland llegó al rescate. «Se enteró de que yo estaba embarazada y me dijo que fuera a la granja a tener al bebé —recordaba—, así que eso hice». Elizabeth Holmes y otros amigos suyos todavía vivían allí, y encontraron a una matrona de Oregón para que los ayudara con el parto. El 17 de mayo de 1978, Brennan dio a luz a una niña. Tres días más tarde, Jobs tomó un avión para estar con ellas y ayudar a elegir el nombre de la pequeña. La práctica habitual en la comuna era la de darles a los niños nombres relacionados con la espiritualidad oriental, pero Jobs insistió en que, puesto que la niña había nacido en Estados Unidos, había que ponerle un nombre adecuado. Brennan estuvo de acuerdo. La llamaron Lisa Nicole Brennan, y no le pusieron el apellido de Jobs. A continuación, se marchó para volver a trabajar en Apple. «No quería tener nada que ver con la niña ni conmigo», afirmaría Brennan.
Ella y Lisa se mudaron a una casa diminuta y destartalada situada en la parte trasera de un edificio de Menlo Park. Vivían de lo que les ofrecían los servicios sociales, porque Brennan no se sentía con ánimos de denunciar al padre para que le pagara la manutención de la pequeña. Al final, el condado de San Mateo demandó a Jobs y le obligó a hacerse la prueba de paternidad para asumir sus responsabilidades económicas. Al principio, Jobs estaba decidido a presentar batalla. Sus abogados
querían que Kottke testificara que nunca los había visto juntos en la cama, y trataron de acumular pruebas que demostraran que Brennan se había estado acostando con otros hombres. «Hubo un momento en que le grité a Steve por teléfono: “Sabes que eso no es cierto” —recordaba Brennan—. Estaba dispuesto a arrastrarme ante el tribunal con mi bebé y a tratar de demostrar que yo era una puta, que cualquiera podría haber sido el padre de mi hija».
Un año después de que Lisa naciera, Jobs accedió a someterse a la prueba de paternidad. La familia de Brennan se sorprendió, pero Jobs sabía que Apple iba a salir pronto a Bolsa y decidió que lo mejor era resolver aquel asunto cuanto antes. Las pruebas de ADN eran algo nuevo, y la que se hizo Jobs fue llevada a cabo en la Universidad de California en Los Ángeles. «Había leído algo sobre aquellas pruebas de ADN, y estaba dispuesto a pasar por ellas para dejarlo todo claro», afirmó.
Los resultados fueron bastante concluyentes. «La probabilidad de paternidad [...] es del 94,41 %», rezaba el informe. Los tribunales de California ordenaron a Jobs que empezara a pagar 385 dólares mensuales para la manutención de la pequeña, que firmara un acuerdo en el que reconocía su paternidad y que le devolviera al condado 5.856 dólares en concepto de asistencia de los servicios sociales. A cambio le otorgaron el derecho a visitar a su hija, aunque durante mucho tiempo no hizo
uso de él.
Incluso entonces, Jobs seguía a veces alterando la realidad que le rodeaba. «Al final nos lo dijo a los miembros del consejo de administración —recordaba Arthur Rock—, pero seguía insistiendo en que había muchas probabilidades de que él no fuera el padre. Deliraba». Según le dijo a Michael Moritz, un periodista de Time, si se analizaban las estadísticas, quedaba claro que «el 28 % de la población masculina de Estados Unidos podría ser el padre». Aquella no solo era una afirmación falsa, sino también muy extraña. Peor aún, cuando Chrisann Brennan se enteró más tarde de lo que él había dicho, creyó equivocadamente que Jobs había realizado la hiperbólica declaración de que ella podría haberse acostado con el 28 % de los varones estadounidenses. «Estaba tratando de presentarme como una guarra — recordaba ella—. Intentó asignarme la imagen de una puta para no asumir su responsabilidad».
Años más tarde, Jobs se mostró arrepentido por la forma en que se había comportado, y fue una de las pocas ocasiones de su vida en las que lo reconoció: Me gustaría haber enfocado el asunto de una forma diferente. En aquel momento no podía verme como padre, así que no me enfrenté a la situación. Sin embargo, cuando los resultados de la prueba demostraron que era mi hija, no es cierto que yo lo pusiera en duda. Accedí a mantenerla hasta que cumpliera los dieciocho años de edad y le di también algo de dinero a Chrisann. Encontré una casa en Palo Alto, la amueblé y les dejé vivir allí sin que tuvieran que pagar alquiler alguno. Su madre le buscó colegios estupendos que yo pagué. Traté de hacer lo correcto, pero si pudiera hacerlo de nuevo, lo haría mejor.

Fuente: Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de
David González-Iglesias González/Torreclavero
www.megustaleer.com

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