Steve Jobs. La biografía
y la India
El zen y el arte del diseño de videojuegos
ATARI
En febrero de 1974, tras dieciocho meses dando vueltas por
Reed, Jobs decidió regresar a la casa de sus padres en Los Altos y buscar
trabajo. Aquella no fue una empresa difícil. En los momentos cumbre de la
década de 1970, la sección de anuncios por palabras del San Jose Mercury
incluía hasta sesenta páginas de anuncios solicitando asistencia tecnológica.
Uno de ellos le llamó la atención. Decía: «Diviértete, gana dinero». Ese día
Jobs entró en el vestíbulo de la compañía de videojuegos
Atari y le dijo al director de personal —que quedó
sorprendido ante su atuendo y sus cabellos desaliñados— que no se marcharía de
allí hasta que le dieran un trabajo.
Atari era por aquel entonces el lugar de moda para trabajar.
Su fundador era un emprendedor alto y corpulento llamado Nolan Bushnell, un
visionario carismático con un cierto aire de showman. En otras palabras, otro
modelo de conducta en potencia. Tras hacerse famoso, le gustaba conducir en un
Rolls, fumar marihuana y celebrar las reuniones de personal en un jacuzzi. Era
capaz, como Friedland antes que él y Jobs después, de convertir su encanto en
una fuerza llena de astucia, deengatusar e intimidar, alterando la realidad
gracias al poder de su personalidad. El ingeniero jefe de la empresa era Al
Alcorn, un hombre fornido, jovial y algo más realista que Bushnell. Alcorn, que
se había visto obligado a asumir el papel de adulto responsable, trataba de
poner en práctica la visión del fundador y de aplacar su entusiasmo.
En 1972, Bushnell puso a Alcorn a trabajar en la creación de
una versión para máquinas recreativas de un videojuego llamado Pong, en el que
dos jugadores trataban de devolver un cuadradito de luz al campo del contrario
con dos líneas móviles que actuaban como paletas (si tienes menos de cuarenta
años, pregúntale a tus padres). Con un capital de 500 dólares, creó una consola
y la instaló en un bar del Camino Real de Sunnyvale. Unos días más tarde,
Bushnell recibió una llamada en la que se le informó de que la máquina no
funcionaba. Envió a Alcorn, quien descubrió que el problema era que estaba tan
llena de monedas que ya no podía aceptar ninguna más. Habían dado con el premio
gordo.
Cuando Jobs llegó al vestíbulo de Atari, calzado con
sandalias y pidiendo trabajo, enviaron a Alcorn a tratar con él. «Me dijeron:
“Tenemos a un chico hippy en la entrada. Dice que no se va a marchar hasta que
lo contratemos. ¿Llamamos a la policía o lo dejamos pasar?”. Y yo contesté: “¡Traédmelo!”».
Así es como Jobs pasó a ser uno de los primeros cincuenta
empleados de Atari, trabajando como técnico por cinco dólares a la hora. «Al
mirar atrás, es cierto que era inusual contratar a un chico que había dejado
los estudios en Reed —comentó Alcorn—, pero vi algo en él. Era muy inteligente
y entusiasta, y le encantaba la tecnología». Alcorn lo puso a trabajar con un
puritano ingeniero llamado Don Lang. Al día siguiente, Lang se quejó: «Este tío
es un maldito hippy que huele mal. ¿Por qué me hacéis esto? Además, es
completamente intratable». Jobs seguía aferrado a la creencia de que su dieta
vegana con alto contenido en frutas no solo evitaba la producción de mucosa,
sino también de olores corporales, motivo por el que no utilizaba desodorante ni
se duchaba con regularidad. Era una teoría errónea.
Lang y otros compañeros querían que despidieran a Jobs, pero
Bushnell encontró una solución. «Su olor y su comportamiento no me suponían un
problema —
afirmó—. Steve era un chico irritable pero me gustaba, así
que le pedí que se cambiara al turno de noche. Fue una forma de conservarlo».
Jobs llegaba después de que Lang y los demás se hubieran marchado y trabajaba
durante casi toda la noche. Incluso a pesar del aislamiento, era conocido por
su descaro. En las pocas ocasiones en las que llegaba a interactuar con otras
personas, tenía una cierta predisposición a hacerles ver que eran unos «idiotas
de mierda». Al mirar atrás, Jobs mantenía su postura: «La única razón por la
que yo destacaba era que todos los demás eran muy malos».
A pesar de su arrogancia (o quizá gracias a ella), fue capaz
de cautivar al jefe de Atari. «Era más filosófico que las otras personas con
las que trabajaba —comentó Bushnell—. Solíamos discutir sobre el libre albedrío
y el determinismo. Yo tendía a creer que las cosas estaban predeterminadas, que
estábamos programados. Si tuviéramos una información absoluta, podríamos
predecir las acciones de los demás. Steve opinaba lo contrario». Ese punto de
vista coincidía con la fe de Jobs en el poder de la voluntad para alterar la
realidad.
Jobs aprendió mucho en Atari. Ayudó a mejorar algunos de los
juegos haciendo que los chips produjeran diseños divertidos y una interacción
agradable. La inspiradora disposición de Bushnell por seguir sus propias normas
se le pegó a Jobs. Además, Jobs apreciaba de forma intuitiva la sencillez de
los juegos de Atari. No traían manual de instrucciones y tenían que ser lo
suficientemente sencillos como para que un universitario de primer año colocado
pudiera averiguar cómo funcionaba.
Las únicas instrucciones para el juego Star Trek de Atari
eran: «1. Inserta una moneda. 2. Evita a los klingon».
No todos los compañeros de Jobs lo rechazaban. Se hizo amigo
de Ron Wayne, un dibujante de Atari que había creado tiempo atrás su propia
empresa de ingeniería para construir máquinas recreativas. La compañía no había
tenido éxito, pero Jobs quedó fascinado ante la idea de que era posible fundar
una empresa propia. «Ron era un tío increíble —relató Jobs—. Creaba empresas. Nunca
había conocido a nadie así». Le propuso a Wayne que se convirtieran en socios
empresariales. Jobs dijo que podía pedir un préstamo de 50.000 dólares, y que
podrían diseñar y vender una máquina recreativa. Sin embargo, Wayne ya estaba
harto del mundo de los negocios, y declinó la invitación. «Le dije que esa era
la forma más rápida de perder 50.000 dólares —recordó Wayne—, pero me admiró el
hecho
de que tuviera ese impulso avasallador por crear su propio
negocio».
Un fin de semana, Jobs se encontraba de visita en el
apartamento de Wayne, y, como de costumbre, ambos estaban enzarzados en
discusiones filosóficas cuando
Wayne le dijo que tenía que contarle algo. «Creo que ya sé
lo que es —respondió Jobs—. Que te gustan los hombres». Wayne asintió. «Aquel
era mi primer encuentro con alguien del que yo supiera que era gay —recordaba
Jobs—. Me planteó el asunto de una forma que me pareció apropiada». Lo
interrogó: «Cuando ves a una mujer guapa, ¿qué es lo que sientes?». Wayne
contestó: «Es como cuando miras a un caballo hermoso. Puedes apreciar su
belleza, pero no quieres acostarte con él.
Aprecias su hermosura en su propia esencia». Wayne afirmó
que el hecho de revelarle su sexualidad dice mucho a favor de Jobs. «No lo
sabía nadie en Atari, y podía contar con los dedos de las manos el número de
personas a las que se lo había dicho en toda mi vida —aseguró Wayne—. Pero me
pareció procedente confiárselo a él porque creía que lo entendería, y aquello
no tuvo ninguna consecuencia en nuestra relación».
Fuente: Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de
David González-Iglesias González/Torreclavero
www.megustaleer.com