
1.4. Los 27 años de cautiverio del preso
466/64
Desde su celda, en los años siguientes, el
prisionero 466/64, con su sufrido estoicismo, fue convirtiéndose en el
principal símbolo del movimiento de resistencia negra de su país y de la
conciencia secuestrada de toda una nación, ganando una masiva solidaridad
internacional y redundando el descrédito de un Gobierno que no acertaba a
presentarle como un extremista peligroso o como un racista negro que quería
expulsar a los blancos de Sudáfrica.
Entretanto, desde el exilio o en la
clandestinidad, intentaban mantener viva la lucha del ANC y recababan ayudas
internacionales para la causa los líderes que habían eludido la maquinaria
represiva del Gobierno nacionalista. Eran los casos de Tambo, elegido presidente
del partido a la muerte en accidente de Lutuli en 1967, y de Duma Nokwe y
Alfred Nzo, quienes se sucedieron en la Secretaría General en 1969.
Durante su prolongado cautiverio, Mandela sólo
pudo recibir las visitas de su esposa e hijos en muy contadas ocasiones.
Winnie, que iba a revelarse como una dirigente del ANC radical y autoritaria a
medida que el Gobierno se ensañaba con ella, fue a su vez desterrada en mayo de
1977 a la aldea de Brandfort, donde vivió confinada hasta 1985. En julio de 1969
un acongojado Mandela no fue autorizado a acudir al funeral de su hijo mayor,
Thembi, muerto en un trágico accidente de circulación con 24 años y tras haber
dado a su padre sus dos primeras nietas -de los 17 nietos y nietas que Mandela
iba a tener hasta 1992-, Ndileka y Nandi.
El régimen carcelario en Robben Island era muy
severo, así que menos oportunidades tuvo aún el prisionero de recibir en 1973
un permiso vigilado para asistir a la boda de su hija Zenani, que sólo tenía 14
años, con el príncipe Thumbumuzi Dlamini, hijo del rey de Swazilandia, Sobhuza
II, quien se convirtió por tanto en consuegro de Mandela, así como hermano del
futuro rey Mswati III.
Con el objeto de preservar su estado emocional
y sus facultades intelectuales en las duras condiciones de la prisión isleña,
el recluso se matriculó en el programa de educación a distancia de la
Universidad de Londres y pudo sacarse el título de Bachelor of Laws. También cuidó
su estado físico, intentando mantenerse en forma con tablas de gimnasia.
Afuera, entretanto, la situación política se
deterioraba inexorablemente. El régimen, indiferente a las sanciones y los
boicots internacionales –que distaban de ser universales y contundentes-,
endurecía la represión y los movimientos negros radicalizaban sus actos de
resistencia. Sudáfrica empezó a deslizarse por una sangrienta espiral de
represalias.
El brutal aplastamiento de la revuelta de
estudiantes en Soweto, el gran gueto de la periferia sur de Johannesburgo, en
junio de 1976, con un balance de cientos de muertos y miles de heridos, mostró
a las claras a la escandalizada opinión pública internacional la naturaleza
criminal del Gobierno de la minoría blanca, desde 1966 dirigido por el primer
ministro Balthazar Vorster, un líder del ala más derechista del NP, resuelto a
mantener el statu quo de la segregación racial sin la menor concesión.
En cuanto al MK, aliado de las guerrillas y
fuerzas de liberación negras que combatían a sus respectivas férulas coloniales
y neocoloniales en los países vecinos (el MPLA de Angola, el ZANU de Rhodesia
del Sur, el FRELIMO de Mozambique y el SWAPO de Namibia, esta última
administrada ilegalmente por la propia Sudáfrica), intentó sostener una campaña
de atentados y ataques con bomba.
Sin embargo, la Policía y el Ejército
sudafricanos diezmaron sus filas, virtualmente lo expulsaron del territorio
nacional y siguieron infligiéndole golpes demoledores, con furiosas incursiones
por tierra y aire, en los países donde había establecido sus bases de
retaguardia, que eran Angola, Zimbabwe, Mozambique, Botswana y Zambia,
generalizando el estado de guerra en toda la región. Todos estos estados, más
Tanzania y Lesotho, tras completar sus respectivos procesos de descolonización,
eran mutuamente solidarios en el seno de una alianza conocida como la Línea del Frente, cuyo
principal compromiso era el auxilio del movimiento de liberación negro de
Sudáfrica, el último reducto del dominio blanco en África austral y oriental.
Al comenzar la década de los ochenta, estaba
claro que el ANC, por la vía insurgente, no iba a conseguir, no ya derrocar al
Gobierno blanco, sino arrancarle ninguna concesión política, ni siquiera
provocar quebrantos en las muy profesionales y bien pertrechadas fuerzas
armadas y de seguridad del Estado. En el NEC, Tambo y otros expusieron la tesis
de que la lucha armada no tenía futuro y que lo que había que hacer era
concentrar todos los esfuerzos en los frentes de lucha política y sindical,
librada esta última por el Congreso de Sindicatos Sudafricanos (COSATU), tercer
vértice de la Alianza Tripartita formada con el ANC y el SACP.
Bastante más éxito tuvo el ANC en su campaña
internacional para conseguir que organizaciones y gobiernos se posicionaran
inequívocamente sobre la situación de los convictos de Rivonia. En 1980, por
primera vez, tanto el Consejo de Seguridad de la ONU, en junio, como la
Asamblea General, en diciembre, aprobaron sendas resoluciones donde se exigía
la liberación de Mandela, quien era mencionado explícitamente en los textos.
El 31 de marzo de 1982 Mandela, Sisulu y otros
convictos de Rivonia fueron transferidos a la prisión de Pollsmoor, en Ciudad
del Cabo, donde las condiciones carcelarias eran algo menos duras. Aunque
entonces no lo reconoció, el sucesor de Vorster, Pieter Botha, bien que sin
relajar un ápice la represión, que de hecho se hallaba en su apogeo, estaba
dispuesto a emprender con el ANC un diálogo discreto al tiempo que acometía
algunas reformas cosméticas del sistema.
Desde su celda y un poco por su cuenta y
riesgo, mientras la dirigencia del partido en el exilio ponía a prueba las
intenciones de Botha lanzándole unas campañas de sabotajes y huelgas para
obligarle a abrir la vía negociada, Mandela emprendió con sus carceleros una
serie de comunicaciones que al principio fueron de tanteo y secretas, pero que
luego iban a producirse públicamente y al más alto nivel, permitiendo intuir un
desenlace negociado del enquistado conflicto.
A lo que Mandela siempre se negó fue a obtener
una remisión de su pena o incluso la libertad condicional a cambio de firmar un
manifiesto de rechazo a la violencia y de aceptar las independencias, no reconocidas
por ningún país del mundo y condenadas por la ONU, de los bantustanes o homelands de Bophuthatswana, Ciskei, Transkei y
Venda, convertidos por el régimen en unos territorios dotados de gobiernos
negros teóricamente autónomos, que suponían el 13% de la superficie del país y
que constituían una forma especialmente insidiosa de segregación racial.
El primer encuentro entre Mandela y un alto
representante del régimen del NP, Kobie Coetzee, ministro de Justicia, tuvo
lugar en noviembre de 1985 en el hospital Volks de Ciudad del Cabo, donde el
primero había sido ingresado para practicarle una operación de próstata. Esta
reunión preliminar no arrojó ningún acuerdo, pero marcó la pauta dialogante.
Los contactos secretos prosiguieron con Gerrit Viljoen, ministro de Desarrollo
Constitucional, y Niel Barnard, jefe del Servicio Nacional de Inteligencia.
Durante unos años el proceso resultó estéril porque Mandela rehusó una y otra
vez aceptar la precondición de la renuncia expresa a la lucha armada para abrir
una mesa de conversaciones formales, en las que él podría participar en
situación de libertad. Tal era la oferta del Gobierno.
En agosto de 1988, al mes de cumplir los 70
años, efeméride que fue celebrada en diversos lugares fuera de Sudáfrica
(particularmente en Londres, escenario de un macroconcierto de música pop
retransmitido a 67 países y celebrado bajo la consigna imperiosa de la
liberación del archifamoso preso político), Mandela contrajo una tuberculosis y
pasó mes y medio ingresado en el hospital Tygerberg de Parow, en Ciudad del
Cabo.
En septiembre le trasladaron a la clínica
Constantiaberg y en diciembre le dieron de alta. No regresó a Pollsmoor, sino
que pasó a la prisión Victor Verster, cerca de Paarl, donde fue aislado en un
amplio bungalow dotado de piscina, jardines y cocinero particular. La
convalecencia de Mandela precisaba un entorno saludable y paseos al aire libre,
pero el Gobierno también quería crear una atmósfera distendida y hasta
halagadora.