Steve Jobs. La biografía
LA INDIA
Una de las razones por las que Jobs deseaba ganar algo de
dinero a principios de 1974 era que Robert Friedland —que había viajado a la
India el verano anterior— le presionaba para que realizara su propio viaje
espiritual a aquel país. Friedland había estudiado en la India con Neem Karoli
Baba (Maharaj-ji), que había sido el gurú de gran parte del movimiento hippy de
los sesenta. Jobs decidió que debía hacer lo mismo y reclutó a Daniel Kottke
para que lo acompañara, aunque no le motivaba solamente la aventura. «Para mí
aquella era una búsqueda muy seria —afirmó—. Había asimilado la idea de la
iluminación, y trataba de averiguar quién era yo y cuál era mi lugar». Kottke
añade que la búsqueda de Jobs parecía motivada en parte por el hecho de no
conocer a sus padres biológicos. «Tenía un agujero en su interior, y estaba
tratando de rellenarlo».
Cuando Jobs le dijo a la gente de Atari que dejaba el
trabajo para irse a buscar a un gurú de la India, al jovial Alcorn le hizo
gracia. «Llega, me mira y suelta: “Me voy a buscar a mi gurú”. Y yo le
contesto: “No me digas, eso es genial. ¡Mándanos una postal!”. Luego me dice
que quiere que le ayude a pagarse el viaje y yo le contesto: “¡Y una mierda!”».
Pero Alcorn tuvo una idea. Atari estaba preparando paquetes para enviarlos a
Munich, donde montaban las máquinas y se distribuían, ya acabadas, a través de
un mayorista de Turín. Sin embargo, había un problema. Como los juegos estaban
diseñados para la frecuencia americana de sesenta imágenes por segundo, en
Europa, donde la frecuencia era de cincuenta imágenes por segundo, producían
frustrantes interferencias. Alcorn diseñó una solución y le ofreció a Jobs
pagarle el viaje a Europa a ponerla en práctica. «Seguro que es más barato
llegar hasta la India desde allí», le dijo, y Jobs estuvo de acuerdo. Así pues,
Alcorn lo puso en marcha con una petición: «Saluda a tu gurú de mi parte».
Jobs pasó unos días en Munich, donde resolvió el problema de
las interferencias, pero en el proceso dejó completamente desconcertados a los
directivos alemanes de traje oscuro. Estos llamaron a Alcorn para quejarse
porque el chico se vestía y olía como un mendigo y su comportamiento era muy grosero.
«Yo les pregunté: “¿Ha resuelto el problema?”, y ellos contestaron: “Sí”.
Entonces les dije: “¡Si tenéis más problemas llamadme, tengo más chicos como
él!”. Ellos respondieron: “No, no, la próxima vez lo arreglaremos nosotros
mismos”». A Jobs, por su parte, le contrariaba que los alemanes siguieran
tratando de alimentarlo a base de carne y patatas. En una llamada a Alcorn, se
quejó: «Ni siquiera tienen una palabra para “vegetariano”».
Jobs lo pasó mejor cuando tomó el tren para ir a ver al
distribuidor de Turín, donde la pasta italiana y la camaradería de su anfitrión
le resultaron más simpáticas.
«Pasé un par de semanas maravillosas en Turín, que es una
ciudad industrial con mucha actividad —recordaba—. El distribuidor era un tipo
increíble. Todas las noches me llevaba a cenar a un local en el que solo había
ocho mesas y no tenían menú. Simplemente les decías lo que querías y ellos lo
preparaban. Una de las mesas estaba siempre reservada para el presidente de la
Fiat. Era un lugar estupendo». A continuación se dirigió a Lugano, en Suiza,
donde se quedó con el tío de Friedland, y desde allí se embarcó en un vuelo a
la India.
Cuando bajó del avión en Nueva Delhi, sintió como oleadas de
calor se elevaban desde el asfalto, a pesar de que solo estaban en abril. Le
habían dado el nombre de un hotel, pero estaba lleno, así que fue a uno que,
según insistía el conductor del taxi, estaba bien. «Estoy seguro de que se
llevaba algún tipo de comisión, porque me llevó a un verdadero antro». Jobs le
preguntó al propietario si el agua estaba filtrada y fue tan ingenuo de creerse
la respuesta. «Contraje disentería casi de inmediato. Me puse enfermo, muy
enfermo, con una fiebre altísima. Pasé de 72 kilos a 54 en aproximadamente una
semana».
En cuanto se recuperó lo suficiente como para caminar, decidió
que tenía que salir de Delhi, así que se dirigió a la población de Haridwar, en
el oeste de la India, junto al nacimiento del Ganges, donde cada tres años se
celebra un gran festival religioso llamado Mela. De hecho, en 1974 tenía lugar
la culminación de un ciclo de doce años en el que la celebración (Kumbha Mela)
adquiere proporciones inmensas. Más de diez millones de personas acudieron a
aquel lugar, de extensión parecida a la de Palo Alto y que normalmente contaba
con menos de cien mil habitantes. «Había santones por todas partes, tiendas con
este y aquel maestro, gente montada en elefantes, de todo. Estuve en ese sitio
algunos días, pero al final decidí que también tenía que marcharme de allí».
Viajó en tren y en autobús hasta una aldea cercana a Nainital,
al pie del Himalaya. Ahí s donde vivía Neem Karoli Baba. O donde había vivido.
Para cuando Jobs llegó allí ya no estaba vivo, al menos en la misma
encarnación. Jobs alquiló una habitación con un colchón en el suelo a una
familia que lo ayudó a recuperarse mediante una alimentación vegetariana. «Un
viajero anterior se había dejado un ejemplar de la Autobiografía de un yogui en
inglés, y la leí varias veces porque tampoco había muchas más cosas que hacer,
aparte de dar vueltas de aldea en aldea para recuperarme de la disentería».
Entre los que todavía formaban parte del centro de meditación, o ashram, se
encontraba Larry Brilliant, un epidemiólogo que trabajaba para erradicar la
viruela y que posteriormente dirigió la acción filantrópica de Google y la Skoll
Foundation. Se hizo amigo de Jobs para toda la vida.
Hubo un momento en el que a Jobs le hablaron de un joven
santón hindú que iba a celebrar una reunión con sus seguidores en la finca
cercana al Himalaya de un adinerado empresario. «Aquella era la oportunidad de
conocer a un ser espiritual y de convivir con sus seguidores, pero también de
recibir un buen ágape. Podía oler la comida mientras nos acercábamos, y yo
estaba muy hambriento». Mientras Jobs comía, el santón —que no era mucho mayor
que Jobs— lo vio entre la multitud, lo señaló y comenzó a reírse como un
histérico. «Se acercó corriendo, me agarró, soltó un silbido y dijo: “eres
igualito que un bebé” —recordaba Jobs—. A mí no me hicieron ninguna gracia
aquellas atenciones». El hombre cogió a Jobs de la mano, lo apartó de la
multitud de adoradores y lo hizo subir a una colina no muy alta donde había un
pozo y un pequeño estanque. «Nos sentamos y él sacó una navaja. Yo comencé a
pensar que aquel tipo estaba loco y me preocupé, pero entonces sacó una pastilla
de jabón (yo llevaba el pelo largo por aquel entonces). Me enjabonó el pelo y
me afeitó la cabeza. Me dijo que estaba salvando mi salud».
Daniel Kottke llegó a la India a principios del verano, y
Jobs regresó a Nueva Delhi para encontrarse con él. Deambularon, principalmente
en autobús, sin un destino fijo. Para entonces, Jobs ya no intentaba encontrar
un gurú que pudiera impartir su sabiduría, sino que trataba de alcanzar la
iluminación a través de una experiencia ascética basada en las privaciones y la
sencillez. Y aun así no era capaz de conseguir la paz interior. Kottke recuerda
cómo su amigo se enzarzó en una discusión a grito pelado con una mujer hindú en
el mercado de una aldea. Según Jobs, aquella mujer había rebajado con agua la
leche que les vendía.
Fuente: Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de David González-Iglesias González/Torreclavero
www.megustaleer.com