Steve Jobs. La biografía
El público no quedó muy impresionado. El Apple
contaba con un microprocesador de saldo, no el Intel 8080. Sin embargo, una
persona importante se quedó para averiguar más acerca del proyecto. Se llamaba
Paul Terrell, y en 1975 había abierto una tienda de ordenadores, a la que
llamaba The Byte Shop, en el Camino Real, en Menlo Park. Ahora, un año después,
contaba con tres tiendas y pretendía abrir una cadena por todo el país. Jobs
estuvo encantado de ofrecerle una presentación privada. «Échale un vistazo a
esto —le indicó—, seguro que te encanta». Terrell quedó lo bastante impresio como
para entregarles una tarjeta de visita a Jobs y a Woz. «Seguiremos en
contacto», dijo.
«Vengo a mantener el contacto», anunció Jobs
al día siguiente cuando entró descalzo en The Byte Shop. Consiguió la venta.
Terrell accedió a pedir cincuenta ordenadores. Pero con una condición: no solo
quería circuitos impresos de 50 dólares para ser comprados y montados por los
clientes. Aquello podría interesar a algunos aficionados incondicionales, pero
no a la mayoría de los clientes. En vez de eso, quería que las placas
estuvieran completamente montadas. A cambio, estaba dispuesto a pagarlas a 500
dólares la unidad, al contado y al recibo de la mercancía.
Jobs llamó de inmediato a Wozniak a
Hewlett-Packard. «¿Estás sentado?», le preguntó. Él contestó que no. Jobs
procedió, no obstante, a informarlo de las noticias. «Me quedé alucinado,
completamente alucinado —recordaba Wozniak—. Nunca olvidaré aquel momento».
Para entregar el pedido, necesitaban cerca de
15.000 dólares en componentes. Allen Baum, el tercer bromista del instituto
Homestead, y su padre accedieron a prestarles 5.000 dólares. Jobs trató además
de pedir un préstamo en un banco de Los Altos, pero el director se le quedó
mirando y, como era de esperar, denegó el crédito. A continuación se dirigió a
la tienda de suministros Haltek y les ofreció una participación en el capital
de la empresa a cambiode las piezas, pero el dueño pensó que eran «un par de
chicos jóvenes y de aspecto desaliñado» y rechazó la oferta. Alcorn, de Atari,
podía venderles los chips únicamente si pagaban al contado y por adelantado. Al
final, Jobs consiguió convencer al director de Cramer Electronics para que
llamara a Paul Terrell y le confirmara que, en efecto, se había comprometido a
realizar un pedido por valor de 25.000 dólares. Terrell se encontraba en una
conferencia cuando oyó por uno de los altavoces que había una llamada urgente
para él (Jobs se había mostrado insistente). El director de Cramer le dijo que
dos chicos desaliñados acababan de entrar en su despacho agitando un pedido de la Byte Shop. ¿Era
auténtico? Terrell le confirmó que así era, y la tienda accedió a adelantarle
treinta días las piezas a Jobs.
EL GRUPO DEL GARAJE
La casa de los Jobs en Los Altos se convirtió
en el centro de montaje de las cincuenta placas del Apple I que debían ser
entregadas en la Byte Shop
antes de treinta días, que era cuando debían realizar el pago de los
componentes empleados. Se reclutaron todas las manos disponibles: Jobs y
Wozniak, pero también Daniel Kottke y su ex novia, Elizabeth Holmes (huida de
la secta a la que anteriormente se había unido), además de la hermana
embarazada de Jobs, Patty. La habitación vacía de esta última, el garaje y la
mesa de la cocina fueron ocupados como espacio de trabajo. A Holmes, que había
asistido a clases de joyería, se le asignó la tarea de soldar los chips. «La
mayoría de ellos se me dieron bien, pero a veces caía un poco de fundente sobre
alguno», comentó. Aquello no agradaba a Jobs. «No podemos permitirnos perder ni
un chip», le recriminó acertadamente. La reasignó a la labor de llevar las
cuentasy el papeleo en la mesa de la cocina, y se dispuso a realizar las
soldaduras él mismo. Cada vez que completaban una placa, se la pasaban a
Wozniak. «Yo conectaba el circuito montado y el teclado en el televisor para
comprobar si funcionaba —recordaba—. Si todo iba bien, lo colocaba en una caja,
y si no, trataba de averiguar qué pata no estaba bien metida en su agujero».
Paul Jobs dejó de reparar coches viejos para
que los chicos de Apple pudieran disponer de todo el garaje. Colocó un viejo
banco de trabajo alargado, colgó un esquema del ordenador en el nuevo tabique
de yeso que había construido y dispuso hileras de cajones etiquetados para los
componentes. También construyó una caja metálica bañada con lámparas de calor
para que pudieran poner a prueba los circuitos, haciéndolos funcionar toda la
noche a altastemperaturas. Cuando se producía un estallido de cólera ocasional,
algo que no era infrecuente en el caso de su hijo, Paul Jobs le transmitía su
tranquilidad.
«¿Cuál es el problema? —solía decir—. ¿Y a ti
qué mosca te ha picado?». A cambio, les pedía de vez en cuando que le
devolvieran el televisor, que era el único que había en casa, para poder ver el
final de algún partido de fútbol. Durante alguno de esos descansos, Jobs y
Kottke salían al jardín a tocar laguitarra.
A su madre no le importó perder la mayor parte
de su casa, llena de montones de piezas y de gente invitada, pero en cambio le
frustraban las dietas cada vez más quisquillosas de su hijo. «Ella ponía los
ojos en blanco ante sus últimas obsesiones alimentarias —recuerda Holmes—. Solo
quería que estuviera sano, y él seguía realizando extrañas afirmaciones como
“soy frutariano y solo comeré hojas recogidas por vírgenes a la luz de la
luna”».
Después de que Wozniak diera su aprobación a
una docena de circuitos montados, Jobs los llevó a la Byte Shop. Terrell
quedó algo desconcertado. No había fuente de alimentación, carcasa, pantalla ni
teclado. Esperaba algo más acabado. Sin embargo, Jobs se le quedó mirando
fijamente hasta que accedió a aceptar el pedido y pagarlo.
A los treinta días, Apple estaba a punto de
ser rentable. «Éramos capaces de montar los circuitos a un coste menor de lo
que pensábamos, porque conseguí un buen acuerdo sobre el precio de los
componentes —recordaba Jobs—, así que los cincuenta que le vendimos a la Byte Shop casi cubrieron
el coste de un centenar completo». Ahora podían obtener un gran beneficio al
venderles los restantes cincuenta circuitos a sus amigos y a los compañeros del
Homebrew Club.
Elizabeth Holmes se convirtió oficialmente en
la contable a tiempo parcial por 4 dólares la hora, y venía desde San Francisco
una vez a la semana para tratar de averiguar cómo trasladar los datos de la
chequera de Jobs a un libro de contabilidad. Para parecer una auténtica
empresa, Jobs contrató un servicio de contestador telefónico que después
llamaba a su madre para transmitirle los mensajes. Ron Wayne dibujó un logotipo
basándose en las florituras de los libros ilustrados de ficción de la época
victoriana, donde aparecía Newton sentado bajo un árbol y una cita de
Wordsworth: «Una mente siempre viajando a través de extraños mares de pensamientos,
sola». Era un lema bastante peculiar: encajaba más en la imagen que el propio
Ron Wayne tenía de sí mismo que en Apple Computer. Es probable que la
descripción de Wordsworth de los participantes en la Revolución francesa
hubiera sido una cita mejor:
«¡Dicha estar vivo en ese amanecer, / pero ser
joven era el mismo cielo!». Tal y como Wozniak comentó después con regocijo,
«pensé que estábamos participado en la mayor revolución de la historia, y me
hacía muy feliz formar parte de ella».
Woz ya había comenzado a pensar en la
siguiente versión de la máquina, así que empezaron a llamar a aquel modelo el
Apple I. Jobs y Woz iban recorriendo el Camino Real arriba y abajo mientras
trataban de convencer a las tiendas de electrónica para que lo vendieran. Además
de las cincuenta unidades comercializadas por la Byte Shop y de las
cincuenta que habían vendido personalmente a sus amigos, estaban construyendo
cien más para tiendasal por menor. Como era de esperar, sus impulsos eran
contradictorios: Wozniak quería vender los circuitos por el precio aproximado
que les costabafabricarlos, mientras que Jobs pensaba en sacar un claro
beneficio. Jobs se salió con la suya. Eligió un precio de venta tres veces
mayor de lo que costaba montar los circuitos, además de fijar un margen del 33
% sobre el precio de venta al por mayor de 500 dólares que pagaban Terrell y
las otras tiendas. El resultado era de 666,66 dólares. «Siempre me gustó
repetir dígitos —comentó Wozniak—. El número de teléfono de mi servicio de
chistes pregrabados era el 255-6666». Ninguno de ellos sabía que en el Libro de
las Revelaciones el 666 era el «número de la bestia», pero pronto tuvieron que
enfrentarse a varias quejas, especialmente después de que el 666 apareciera en
el éxito cinematográfico de aquel año, La profecía. (En 2010 se vendió, en una
subasta en
Christie’s, uno de los modelos originales del
Apple I por 213.000 dólares.)
Fuente: Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de
David González-Iglesias González/Torreclavero
www.megustaleer.com