Steve Jobs. La biografía
Cuando Burge finalmente accedió a conducir
hasta el garaje de Jobs, recuerda que pensó: «Madre de dios, este tío es un
chalado. A ver cuándo puedo largarme y dejar a este payaso sin parecer
grosero». Pero entonces, mientras tenía enfrente a aquel Jobs melenudo y sin
lavar, se le pasaron por la mente dos ideas: «Primero, que era un joven
increíblemente inteligente, y segundo, que no entendía ni la centésima parte de
lo que me estaba contando».
Así pues, los dos jóvenes recibieron una
invitación para reunirse con «Regis McKenna, en persona», tal y como rezaban
sus atrevidas tarjetas de visita. En esta ocasión fue Wozniak, tímido por lo
general, quien se mostró irritable. Tras echarle un vistazo a un artículo que
el ingeniero estaba escribiendo sobre Apple, McKenna sugirió que era demasiado
técnico y que había que aligerarlo un poco. «No quiero que ningún relaciones
públicas me toque ni una coma», reaccionó Wozniak con brusquedad. A lo que
McKenna respondió que entonces había llegado el momento de que se largaran de
su despacho. «Pero Steve me llamó inmediatamente y aseguró que quería volver a
reunirse conmigo —recordaba McKenna—. Esta vez vino sin Woz, y conectamos
perfectamente».
McKenna puso a su equipo a trabajar en los
folletos para el Apple II. Lo primero que necesitaban era sustituir el logotipo
de Ron Wayne, con su estilo ornamentado de un grabado de la época victoriana,
que iba en contra del estilo publicitario colorido y travieso de McKenna. Así
pues, Rob Janoff, uno de los directores artísticos,
el
encargo de crear una nueva imagen. «No quiero un logotipo mono», ordenó Jobs.
Janoff les presentó la silueta de una manzana en dos versiones, una de ellas
completa y la otra con un mordisco. La primera se parecía demasiado a una cereza,
así que Jobs eligió aquella a la que le faltaba un trozo. La versión elegida
incluía también en la silueta seis franjas de colores en tonos psicodélicos que
iban desde el verde del campo al azul del cielo, a pesar de que aquello
encarecía notablemente la impresión del logotipo. Encabezando el folleto,
McKenna colocó una máxima que a menudo se atribuye a Leonardo da Vinci, y que
se convirtió en el precepto fundamental de la filosofía del diseño de Jobs: «La
sencillez es la máxima sofisticación».
La presentación del Apple II estaba programada
para coincidir con la primera Feria de Ordenadores de la Costa Oeste , que iba a
celebrarse en abril de 1977 en San
Francisco. Había sido organizada por un
incondicional del Homebrew Club, Jim Warren, y Jobs reservó un hueco para Apple
en cuanto recibió el paquete con la información. Quería asegurarse un puesto
justo a la entrada del recinto como manera espectacular de presentar el Apple
II, así que sorprendió a Wozniak al adelantar
5.000 dólares. «Steve aseguró que esta era
nuestra gran presentación —afirmó Wozniak—. Íbamos a mostrarle al mundo que
teníamos una gran máquina y una gran compañía».
Aquella era la puesta en práctica del
principio de Markkula según el cual resultaba importante que todos te
«atribuyeran» grandeza causando una impresión memorable en la gente,
especialmente a la hora de presentar un producto nuevo. Esta idea quedó
reflejada en el cuidado que puso Jobs con la zona de exposición de
Apple. Otros expositores contaban con mesas
plegables y tablones para colocar sus carteles. Apple dispuso un mostrador
cubierto de terciopelo rojo y un gran panel de plexiglás retroiluminado con el
nuevo logotipo de Janoff. Expusieron los tres únicos Apple II terminados, pero
apilaron cajas vacías para dar la impresión de que tenían muchos más
disponibles.
Jobs se enfureció cuando vio que las carcasas
de los ordenadores presentaban diminutas imperfecciones, así que mientras
llegaban a la feria les ordenó a los empleados de la empresa que las lijaran y
pulieran. El principio de la atribución llegó incluso al extremo de adecentar a
Jobs y a Wozniak. Markkula los envió a un sastre de San Francisco para que les
hiciera unos trajes de tres piezas que les conferían un aspecto algo ridículo, como
un adolescente con chaqué. «Markkula nos explicó que tendríamos que ir bien
vestidos, qué aspecto debíamos presentar, cómo debíamos comportarnos»,
recordaba Wozniak.
El esfuerzo mereció la pena. El Apple II
parecía un producto sólido y a la vez agradable, con su elegante carcasa beis,
a diferencia de las intimidantes máquinas recubiertas de metal o las placas
desnudas que se veían en otras mesas. Apple recibió trescientos pedidos durante
la feria, y Jobs llegó incluso a conocer a un fabricante textil japonés,
Mizushima Satoshi, que se convertiría en el primer vendedor de Apple en aquel
país.
Pero ni siquiera la ropa elegante y las
instrucciones de Markkula sirvieron para evitar que el irrefrenable Wozniak
gastara algunas bromas. Uno de los programas que presentó trataba de adivinar
la nacionalidad de la gente a partir de sus apellidos, y a continuación
mostraba los típicos chistes sobre el país en cuestión. También creó y distribuyó
el prospecto falso de un nuevo ordenador llamado «Zaltair», con todo tipo de
superlativos y clichés publicitarios del estilo: «Imagínate un coche con cinco ruedas...».
Jobs cayó en el engaño e incluso se enorgulleció de que el Apple II superase al
Zaltair en la tabla comparativa. No supo quién había sido el autor de la broma
hasta ocho años más tarde, cuando Woz le entregó una copia enmarcada del
folleto como regalo de cumpleaños.
Fuente:
Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de
David González-Iglesias González/Torreclavero