Steve Jobs. La biografía Una vez que el caso quedó resuelto

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Steve Jobs. La biografía
Una vez que el caso quedó resuelto, Jobs siguió adelante con su vida y maduró en algunos aspectos, aunque no en todos. Abandonó las drogas, dejó de mantener una dieta vegana tan estricta y redujo el tiempo que pasaba en sus retiros zen. Comenzó a hacerse elegantes cortes de pelo y a comprar trajes y camisas en la distinguida tienda de ropa para hombres Wilkes Bashford, de San Francisco. Además, comenzó una relación formal con una de las empleadas de Regis McKenna, una hermosa mujer mitad polaca y mitad polinesia llamada Barbara Jasinski.
Por supuesto, todavía quedaba en él una veta de rebeldía. Jasinski, Kottke y él disfrutaban bañándose desnudos en el lago Felt, situado al borde de la carretera interestatal 280, junto a Stanford, y Jobs se compró una motocicleta BMW R60/2 de 1966 que decoró con borlas naranjas para el manillar. Sin embargo, todavía podía comportarse como un niño malcriado. Solía menospreciar a las camareras de los restaurantes y a menudo devolvía los platos que le servían, asegurando que eran «una basura». En la primera fiesta de Halloween de la empresa, celebrada en 1979, se disfrazó con una túnica como Jesucristo, un acto de egolatría semiirónico que a él le pareció divertido, pero que hizo que muchos asistentes pusieran los ojos en blanco. Además, incluso los primeros indicios de su domesticación mostraban algunas peculiaridades. Se compró una casa en las colinas de Los Gatos, que decoró con un cuadro de Maxfield Parrish, una cafetera de Braun y unos cuchillos Henckel. Sin embargo, como era tan obsesivo a la hora de elegir los muebles, la vivienda permaneció prácticamente desnuda, sin camas, ni sillas ni sofás. En vez de eso, su habitación contaba con un colchón en el centro, fotografías enmarcadas de Einstein y Maharaj-ji, y un Apple II en el suelo.
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Xerox y Lisa
Interfaces gráficas de usuario
UN NUEVO BEBÉ
El Apple II llevó a la compañía desde el garaje de Jobs hasta la cima de una nueva industria. Sus ventas aumentaron espectacularmente, de 2.500 unidades en 1977 a 210.000 en 1981. Sin embargo, Jobs estaba inquieto. El Apple II no iba a seguir siendo un éxito eterno, y él sabía, independientemente de lo mucho que hubiera contribuido a ensamblarlo, desde los cables hasta la carcasa, que siempre se vería como la obra maestra de Wozniak. Necesitaba su propia máquina. Más aún, quería un producto que, según sus propias palabras, dejara una marca en el universo.
En un primer momento, esperaba que el Apple III desempeñara esa función. Tendría más memoria, la pantalla podría mostrar líneas de hasta 80 caracteres (en lugar de los 40 anteriores) y utilizaría mayúsculas y minúsculas. Jobs, centrándose en su pasión por el diseño industrial, determinó el tamaño y la forma de la carcasa exterior, y se negó a permitir que nadie lo modificara, ni siquiera cuando distintos equipos de ingenieros fueron añadiendo más componentes a las placas base. El resultado fueron varias placas superpuestas mal interconectadas que fallaban frecuentemente. Cuando el Apple III empezó a comercializarse en mayo de 1980, fue un fracaso estrepitoso. Randy Wigginton, uno de los ingenieros, lo resumió de la siguiente forma: «El Apple III fue una especie de bebé concebido durante una orgía en la que todo el mundo acaba con un terrible dolor de cabeza, y cuando aparece este hijo bastardo todos dicen: “No es mío”».
Para entonces, Jobs se había distanciado del Apple III y estaba buscando la forma de producir algo que fuera radicalmente diferente. En un primer momento flirteó con la idea de las pantallas táctiles, pero sus intentos se vieron frustrados. En una presentación de aquella tecnología, llegó tarde, se revolvió inquieto en la silla durante un rato y de pronto cortó en seco a los ingenieros en medio de su exposición con un brusco «gracias». Se quedaron perplejos. «¿Quiere que nos vayamos?», preguntó
uno. Jobs dijo que sí, y a continuación amonestó a sus colegas por hacerle perder el tiempo.
Entonces Apple y él contrataron a dos ingenieros de Hewlett-Packard para que diseñaran un ordenador completamente nuevo. El nombre elegido por Jobs habría hecho trastabillar hasta al más curtido psiquiatra: Lisa. Otros ordenadores habían sido bautizados con el nombre de hijas de sus diseñadores, pero Lisa era una hija a la que Jobs había abandonado y que todavía no había reconocido del todo. «Puede que lo hiciera porque se sentía culpable —opinó Andrea Cunningham, que trabajaba
con Regis McKenna en las relaciones públicas del proyecto—. Tuvimos que buscar un acrónimo para poder defender que el nombre no se debía a la niña, Lisa». El acrónimo que buscaron a posteriori fue «Local Integrated Systems Architecture», o «Arquitectura de Sistemas Integrados Locales», y a pesar de no tener ningún sentido se convirtió en la explicación oficial para el nombre. Entre los ingenieros se referían a él como «Lisa: Invented Stupid Acronym» («Lisa: Acrónimo Estúpido e Inventado»). Años más tarde, cuando le pregunté por aquel nombre, Jobs se limitó a admitir: «Obviamente, lo llamé así por mi hija».
El Lisa se concibió como una máquina de 2.000 dólares basada en un microprocesador de 16 bits, en lugar del de 8 bits que se utilizaba en el Apple II. Sin la genialidad de Wozniak, que seguía trabajando discretamente en el Apple II, los ingenieros comenzaron directamente a producir un ordenador con una interfaz de texto corriente, incapaz de aprovechar aquel potente microprocesador para que hiciera algo interesante. Jobs comenzó a impacientarse por lo aburrido que estaba resultando
aquello.
Sin embargo, sí que había un programador que aportaba algo de vida al proyecto: Bill Atkinson. Se trataba de un estudiante de doctorado de neurociencias, que había experimentado bastante con el ácido. Cuando le pidieron que trabajara para Apple, rechazó la oferta, pero cuando le enviaron un billete de avión no reembolsable, Atkinson decidió utilizarlo y dejar que Jobs tratara de persuadirlo. «Estamos inventando el futuro —le dijo Jobs al final de una presentación de tres horas —. Piensa que estás haciendo surf en la cresta de una ola. Es una sensación emocionante. Ahora imagínate nadando como un perrito detrás de la ola. No sería ni la mitad de divertido. Vente con nosotros y deja una marca en el mundo». Y Atkinson lo hizo.
Con su melena enmarañada y un poblado bigote que no ocultaba la animación de su rostro, Atkinson tenía parte de la ingenuidad de Woz y parte de la pasión de Jobs por los productos elegantes de verdad. Su primer trabajo consistió en desarrollar un programa que controlara una cartera de acciones al llamar automáticamente al servicio de información del Dow Jones, recibir los datos y colgar. «Tenía que crearlo rápidamente porque ya había un anuncio a prensa para el Apple II en el que se
mostraba a un marido sentado a la mesa de la cocina, mirando una pantalla de Apple llena de gráficos con los valores de las acciones, y a su esposa sonriendo encantada. Pero no existía tal programa, así que había que desarrollarlo». A continuación generó para el Apple II una versión de Pascal, un lenguaje de programación de alto nivel. Jobs se había resistido, porque pensaba que el BASIC era todo lo que le hacía falta al Apple II, pero le dijo a Atkinson: «Ya que tanto te apasiona, te
daré seis días para que me demuestres que me equivoco». Bill lo logró y se ganó para siempre el respeto de Jobs.
En el otoño de 1979, Apple criaba tres potrillos como herederos potenciales de su bestia de carga, el Apple II. Por una parte estaba el malhadado Apple III y por otra el proyecto Lisa, que estaba comenzando a defraudar a Jobs. Y en algún punto, oculto al radar de Steve, al menos por el momento, existía un pequeño proyecto semiclandestino para desarrollar una máquina de bajo coste que por aquel entonces llevaba el nombre en clave de «Annie» y que estaba siendo desarrollado por Jef Raskin, un antiguo profesor universitario con el que había estudiado Bill Atkinson. El objetivo de Raskin era producir un «ordenador para las masas». Tenía que ser económico, funcionar como un electrodoméstico más (una unidad independiente en la cual el ordenador, el teclado, la pantalla y el software estuvieran integrados) y tener una interfaz gráfica. Así que Raskin trató de dirigir la atención de sus colegas de Apple hacia un centro de investigación muy de moda, situado en el propio Palo Alto, que era pionero en aquellas ideas.

Fuente: Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de
David González-Iglesias González/Torreclavero
www.megustaleer.com

ENOC.

ENOC.
 Enoc fue hijo de lared y padre de Matusalén (Génesis 5:18, 21). En la genealogía que consta en San Lucas ocupa un sitio entre los antepasados de Cristo (Lucas 3:37). Enoc era un varón que contrastaba con su tiempo. En una época en que "la maldad de los hombres era mucha en la tierra", Enoc "caminó con Dios" (Génesis 6:5; 5:24). De cada uno de sus antepasados se va diciendo, "y murió"; pero al llegar a Enoc tenemos la admirable expresión, "y desapareció, porque le llevó Dios" (Génesis 5:24). Esta sencilla y vigorosa afirmación da pie a la declaración de Hebreos: "Por la fe Enoc fue traspuesto para no ver muerte, y no fue hallado, porque lo traspuso Dios" (Hebreos 11:5).
Una curiosa tradición judía afirma que Enoc fue el inventor de la astronomía, el alfabeto y la aritmética. Vivió 365 años.

Fuente: Mini biografías de grandes
personajes bíblicos
Por Donald E. Demaray

Miguel de Cervantes Saavedra

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Miguel de Cervantes Saavedra nace en Alcalá de Henares en 1547; tras una breve estancia en Valladolid con su familia reside en Córdoba en 1553, estudiando con los jesuitas dos cursos de gramática. En 1558 vive en Cabra, y en 1563 se traslada a Sevilla, donde continúa estudiando con los padres de la Compañía (tercero y cuarto de gramática). En 1566 la familia residía en Madrid, y Miguel comenzó a asistir al Estudio de Gramática donde recibió enseñanzas del clérigo humanista Juan López de Hoyos, manifestándose como poeta precoz con ocasión de la muerte de la reina Isabel de Valois (1568).
Más tarde intervino en la toma de Túnez, y cuando se disponía a regresar a España en 1575, la galera donde viajaba fue asaltada por los corsarios, y fue apresado junto a la tripulación y a su hermano Rodrigo; tras varios años de cautiverio y repetidos intentos de fuga, fue redimido en 1580 por el trinitario fray Juan Gil previa entrega de 500 ducados de oro.
Siguiendo los pasos de la corte, pasó a Portugal y allí recibió misión real de Felipe II para marchar a
Orán. En 1582, ya en Madrid comienza una intensa actividad literaria.
De su relación con la joven tabernera Ana d e Villafranca de Rojas, casada, nació en 1584 su
hija Isabel, quien entró al servicio d e su tía Magdalena Cervantes al morir su madre en 1598.
Aquel mismo año, Miguel se casó en Esquivias con Catalina Salazar Vozmediano y Palacios, de 19 años.
Pocos años después de su matrimonio, en 1587 marcha solo a Sevilla. Durante trece años t u v o c a r g o d e comisionado, primero reuniendo provisiones de trigo, cebada, aceite en Écija, La Rambla, Marchena, Carmona, Jaén, Úbeda, Baeza, Estepa, Montilla, para la flota que se pertrechaba contra Inglaterra. Fracasado su intento de conseguir destino en América, trabajó en la recaudación de tercias
y alcabalas en el reino de Granada. Tan difíciles y espinosos encargos le procuraron serios disgustos
que en varias ocasiones le llevaron a la cárcel –Castro del Río (1592), Sevilla (1597- 1598)– por acusaciones relacionadas con asuntos de la hacienda real.
En 1600 se traslada a Madrid, haciendo visitas a Toledo y Esquívias. En 1604 viaja a Valladolid para solucionar su “negocio” literario más importante: la edición de su novela El Quijote, y después se instaló en la ciudad, entonces Corte Real, donde permaneció seguramente hasta los primeros meses de 1606.
Los diez últimos años de vida los pasaría en Madrid, culminando su producción literaria y saboreando lo poco que pudo disfrutar de sus éxitos. Al final de su existencia el escritor padecía hidropesía o diabetes y habitaba en su casa de la calle León, equina a Francos (hoy C/ Cervantes), donde murió en 1616 siendo enterrado en la vecina iglesia conventual de las monjas Trinitarias de San Ildefonso.
Su esposa le sobrevivió hasta el año 1626 y su hija Isabel falleció el 20 de septiembre del 1652.
Su vida difícil y azarosa no le impidió crear una sólida obra literaria, cuya carrera se inicia con la
novela pastoril La Galatea (1585) y prosigue con sus comedias en verso (Los baños de Argel) y
sus entremeses en prosa (El retablo de las maravillas ), convirtiéndose con su Ingenioso Hidalgo
Don Quijote de la Mancha (1605) el más extraordinario exponente de la literatura castellana y uno
de los más representativos de la universal. Las doce Novelas Ejemplares (La Gitanilla, La ilustre
fregona, Rinconete y Cortadillo, El coloquio de los perros) aparecidas entre 1605 y 1613 constituyen
el pórtico de su Viaje al Parnaso (1614) y de la segunda parte del Quijote (1615), cerrando su
producción Los trabajos de Persiles y Sigismunda.
La primera ocasión que Miguel de Cervantes residió en Valladolid contaba solamente 4 años.
Acompañando a sus padres (Rodrigo Cervantes y Leonor de Cortina) y hermanos, habitó en una casa situada en la entonces denominada Acera de Sancti Spiritus (hoy Paseo de Zorrilla), próxima al monasterio del mismo nombre, situado enfrente del convento del Carmen Calzado y muy alejada del centro de la por entonces villa del Pisuerga.

Fuente: Ministerio de Cultura
Museo Casa de Cervantes 

ELISEO.

ELISEO.Eliseo, "hijo de Safat, de Abel-meola" (1 Reyes 19:16) fue el discípulo y sucesor del profeta Elías. Éste "halló a Eliseo. . . que araba con doce yuntas delante de sí, y él tenía la última. Y pasando Elías por delante de él, echó sobre él su manto" (1 Reyes 19:19). Esto fue señal y símbolo de que Elías adoptaba a Eliseo por hijo y sucesor en el ministerio profético. Eliseo dejó a su familia y estuvo con Elías seis u ocho años antes que éste abandonara la tierra. La carrera de Eliseo se distingue por actos misericordiosos y actividad incesante. Su propósito único era completar las reformas de Elías en cuanto a renovar las antiguas verdades y librar a su pueblo del paganismo. Con frecuencia se le llamó "varón de Dios" (2 Reyes 4:9; 5:15). Algunos de sus milagros incluyen la multiplicación del aceite de la viuda (2 Reyes 4:1-7), volver inofensivas unas calabazas mortíferas (2 Reyes 4.38-41) y hacer que flotara un hacha en el río (2 Reyes 6: 1-7). Por lo menos dos de sus milagros se asemejan a
algunos de los de Jesús: la multiplicación del pan (2 Reyes 4:42-44) y la curación de Naamán el leproso (2 Reyes 5:1-14).

Fuente: Mini biografías de grandes
personajes bíblicos
Por Donald E. Demaray

ELISABET. Elisabet

ELISABET. Elisabet fue una de las mujeres mejor relacionadas con Jesús. Fue esposa de Zacarías y madre de Juan el Bautista (Lucas 1:5, 57-63). Un notable acto de su vida fue el bendecir a María como "madre de mi Señor" (Lucas 1:43). Aunque poco se dice de ella, se le consideraba justa y obediente a Dios.

Fuente: Mini biografías de grandes
personajes bíblicos
Por Donald E. Demaray

Steve Jobs. La biografía -7 Chrisann y Lisa

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7 Chrisann y Lisa
El que ha sido abandonado...
Desde que vivieron juntos en una cabaña durante el verano siguiente a su salida del instituto, Chrisann Brennan había estado entrando y saliendo de la vida de Jobs.
Cuando este regresó de la India en 1974, pasaron un tiempo juntos en la granja de Robert Friedland. «Steve me invitó a acompañarlo, y éramos jóvenes y libres y llevábamos una vida relejada  recordaba—. Allí había una energía que me llegó al corazón».
Cuando regresaron a Los Altos, su relación evolucionó hasta convertirse, en líneas generales, en una mera amistad. Él vivía en su casa y trabajaba para Atari, mientras que ella tenía un pequeño apartamento y pasaba mucho tiempo en el centro zen de Kobun Chino. A principios de 1975, Chrisann comenzó una relación con un amigo común de la pareja, Greg Calhoun. «Estaba con Greg, pero de vez en cuando volvía con Steve —comentó Elizabeth Holmes—. Aquello era de lo más normal para todos nosotros. Íbamos pasando de unos a otros. Al fin y al cabo, eran los setenta».
Calhoun había estado en Reed con Jobs, Friedland, Kottke y Holmes. Al igual que los demás, se interesó profundamente por la espiritualidad oriental, dejó los estudios en Reed y se abrió camino hasta la granja de Friedland. Allí, se instaló en un gallinero de unos quince metros cuadrados que transformó en una casita tras elevarla sobre bloques de hormigón y construir un dormitorio en su interior. En la primavera de 1975, Brennan se mudó al gallinero con Calhoun, y el año siguiente
decidieron realizar también un peregrinaje a la India. Jobs le aconsejó a su amigo que no se llevase a Brennan consigo, porque aquello iba a interferir en su búsqueda espiritual, pero la pareja no desistió de sus planes. «Había quedado tan impresionada por lo que le había pasado a Steve durante su viaje a la India que yo también quise ir allí», comentó ella.
Aquel fue un viaje con todas las de la ley, que comenzó en marzo de 1976 y duró casi un año. En un momento dado se quedaron sin dinero, así que Calhoun hizo autoestop hasta Irán para impartir clases de inglés en Teherán. Brennan se quedó en la India, y cuando él acabó su labor como profesor, ambos hicieron de nuevo autoestop para encontrarse en un punto intermedio, en Afganistán. El mundo era un lugar muy diferente por aquel entonces.
Tras un tiempo, su relación se fue desgastando, y ambos regresaron de la India por separado. En el verano de 1977, Brennan había vuelto a Los Altos, donde vivió durante un tiempo en una tienda de campaña situada en terrenos del centro zen de Kobun Chino. Para entonces, Jobs ya había salido de la casa de sus padres y alquilado, por 600 dólares al mes y a medias con Daniel Kottke, un chalé en una urbanización de Cupertino. Aquella era una escena extraña, dos hippies de espíritu libre viviendo en una casa a la que llamaban «Rancho Residencial». «Era una casa de cuatro habitaciones, y a veces alquilábamos alguna de ellas durante un tiempo a todo tipo de chiflados, como una bailarina de striptease», recordaba Jobs. Kottke no podía comprender por qué Jobs no se había mudado él solo a una casa, puesto que por aquel entonces ya podía permitírselo. «Creo que, sencillamente, quería tener un compañero de residencia», especuló Kottke.
A pesar de que solo había mantenido una relación esporádica con Jobs, Brennan pronto acabó viviendo también allí. Aquello condujo a una serie de acuerdos de convivencia dignos de una comedia francesa. La casa contaba con dos grandes dormitorios y dos pequeños. Jobs, como era de esperar, se adjudicó el mayor de todos ellos, y Brennan (puesto que no estaba realmente viviendo con Steve) se mudó a la otra habitación grande. «Los otros dos cuartos tenían un tamaño como para bebés, y yo no quería quedarme en ninguno de los dos, así que me mudé al salón y dormía en un colchón de espuma», comentó Kottke. Convirtieron una de las salas pequeñas en un espacio para meditar y consumir ácido, igual que en el ático anteriormente utilizado en Reed. Estaba lleno de espuma de embalaje proveniente de las cajas de Apple. «Los chicos del barrio solían venir, nosotros los metíamos en aquella habitación y se lo pasaban en grande —relató Kottke—. Hasta que Chrisann
trajo a casa unos gatos que se mearon en la espuma, y tuvimos que deshacernos de ella».
Convivir en aquella casa reavivaba en ocasiones la relación física que Chrisann Brennan mantenía con Jobs, y pasados unos meses la chica se quedó embarazada. «Steve y yo estuvimos entrando y saliendo de aquella relación durante los cinco años anteriores a yo me quedara embarazada —dijo ella—. No sabíamos estar juntos y tampoco sabíamos estar separados». Cuando Greg Calhoun llegó haciendo autoestop desde Colorado para visitarlos el día de Acción de Gracias de 1977, Chrisann
le contó la noticia. «Steve y yo hemos vuelto y ahora estoy embarazada, pero seguimos rompiendo y volviendo a juntarnos, y no sé qué hacer», anunció.
Calhoun advirtió que Jobs parecía estar desconectado de aquella situación. Incluso trató de convencer a Calhoun para que se quedara con ellos y fuera a trabajar a Apple. «Steve no se estaba enfrentando a la situación con Chrisann y al embarazo —recordaba—. Podía volcarse completamente en ti un instante, para desapegarse al siguiente. Había una faceta de su personalidad que resultaba aterradoramente fría».
Cuando Jobs no quería enfrentarse a una distracción, a veces optaba por ignorarla, como si pudiera conseguir que dejara de existir simplemente gracias a la fuerza de su voluntad. En ocasiones era capaz de distorsionar la realidad, no solo para los demás, sino incluso para sí mismo. En el caso del embarazo de Brennan, sencillamente lo expulsó de su mente. Cuando se vio obligado a afrontar la situación, negó saber que él era el padre, a pesar de que reconoció que había estado acostándose con ella. «No tenía la certeza de que fuera hijo mío, porque estaba bastante seguro de que yo no era el único con el que se había estado acostando —me contó más tarde—. Ella y yo ni siquiera estábamos saliendo cuando se quedó embarazada. Simplemente tenía una habitación en nuestra casa». A Brennan no le cabía ninguna duda de que Jobs era el padre. No había estado viéndose con Greg ni con ningún otro hombre por aquella época.
¿Estaba Jobs engañándose a sí mismo, o realmente no sabía que él era el padre? «Creo que no podía acceder a esa parte de su cerebro o a la idea de tener que ser responsable», suponía Kottke. Elizabeth Holmes estaba de acuerdo: «Consideró la posibilidad de la paternidad y consideró la posibilidad de no ser padre, y decidió creerse esta última. Tenía otros planes para su vida».
No se discutió el tema del matrimonio. «Yo sabía que ella no era la persona con la que me quería casar y que nunca seríamos felices, que no duraría mucho — comentaba Jobs después—. Estaba a favor de que abortara, pero ella no sabía qué hacer. Lo pensó mucho y al final decidió no hacerlo, o puede que realmente no llegara a decidirlo, creo que el tiempo tomó la decisión por ella». Brennan me contó que había tomado la decisión consciente de tener al bebé. «Él dijo que el aborto le parecía una buena opción, pero nunca me presionó al respecto». Resulta interesante ver cómo, a la luz de su propio pasado, hubo una opción que rechazó de plano.
«Insistió e insistió en que no entregara al bebé en adopción», comentó ella.
Se produjo entonces una inquietante ironía. Jobs y Brennan tenían ambos veintitrés años, la misma edad que Joanne Schieble y Abdulfattah Jandali cuando tuvieron a Jobs. Él todavía no había localizado a sus padres biológicos, pero sus padres adoptivos le habían informado parcialmente de su historia. «No sabía en aquel momento que nuestras edades coincidían, así que aquello no tuvo ningún efecto en mis discusiones con Chrisann», declaró él posteriormente. Jobs rechazó la idea de que
estuviera de alguna forma siguiendo la pauta de su padre biológico de no enfrentarse a la realidad o asumir su responsabilidad a los veintitrés años, pero sí reconoció que aquella irónica similitud le hizo reflexionar. «Cuando me enteré de que Joanne tenía veintitrés años cuando se quedó embarazada de mí, pensé: “¡Guau!”».
La relación entre Jobs y Brennan se deterioró rápidamente. «Chrisann adoptaba una postura victimista y denunciaba que Steve y yo estábamos en su contra — recordaba Kottke—. Steve se limitaba a reírse y a no tomársela en serio». Brennan no tenía una gran estabilidad emocional, como ella misma reconoció posteriormente. Comenzó a romper platos, arrojar objetos, destrozar la casa y escribir palabras obscenas con carbón en las paredes. Aseguró que, con su insensibilidad, Jobs se empeñaba en provocarla. «Es un ser iluminado, y también cruel. Resulta una combinación extraña». Kottke se vio atrapado entre ambos. «Daniel carecía de esa crueldad, así que estaba algo desconcertado por el comportamiento de Steve —afirmó Brennan—. Pasaba de afirmar: “Steve no te está tratando bien” a reírse con él de mí».
Entonces Robert Friedland llegó al rescate. «Se enteró de que yo estaba embarazada y me dijo que fuera a la granja a tener al bebé —recordaba—, así que eso hice». Elizabeth Holmes y otros amigos suyos todavía vivían allí, y encontraron a una matrona de Oregón para que los ayudara con el parto. El 17 de mayo de 1978, Brennan dio a luz a una niña. Tres días más tarde, Jobs tomó un avión para estar con ellas y ayudar a elegir el nombre de la pequeña. La práctica habitual en la comuna era la de darles a los niños nombres relacionados con la espiritualidad oriental, pero Jobs insistió en que, puesto que la niña había nacido en Estados Unidos, había que ponerle un nombre adecuado. Brennan estuvo de acuerdo. La llamaron Lisa Nicole Brennan, y no le pusieron el apellido de Jobs. A continuación, se marchó para volver a trabajar en Apple. «No quería tener nada que ver con la niña ni conmigo», afirmaría Brennan.
Ella y Lisa se mudaron a una casa diminuta y destartalada situada en la parte trasera de un edificio de Menlo Park. Vivían de lo que les ofrecían los servicios sociales, porque Brennan no se sentía con ánimos de denunciar al padre para que le pagara la manutención de la pequeña. Al final, el condado de San Mateo demandó a Jobs y le obligó a hacerse la prueba de paternidad para asumir sus responsabilidades económicas. Al principio, Jobs estaba decidido a presentar batalla. Sus abogados
querían que Kottke testificara que nunca los había visto juntos en la cama, y trataron de acumular pruebas que demostraran que Brennan se había estado acostando con otros hombres. «Hubo un momento en que le grité a Steve por teléfono: “Sabes que eso no es cierto” —recordaba Brennan—. Estaba dispuesto a arrastrarme ante el tribunal con mi bebé y a tratar de demostrar que yo era una puta, que cualquiera podría haber sido el padre de mi hija».
Un año después de que Lisa naciera, Jobs accedió a someterse a la prueba de paternidad. La familia de Brennan se sorprendió, pero Jobs sabía que Apple iba a salir pronto a Bolsa y decidió que lo mejor era resolver aquel asunto cuanto antes. Las pruebas de ADN eran algo nuevo, y la que se hizo Jobs fue llevada a cabo en la Universidad de California en Los Ángeles. «Había leído algo sobre aquellas pruebas de ADN, y estaba dispuesto a pasar por ellas para dejarlo todo claro», afirmó.
Los resultados fueron bastante concluyentes. «La probabilidad de paternidad [...] es del 94,41 %», rezaba el informe. Los tribunales de California ordenaron a Jobs que empezara a pagar 385 dólares mensuales para la manutención de la pequeña, que firmara un acuerdo en el que reconocía su paternidad y que le devolviera al condado 5.856 dólares en concepto de asistencia de los servicios sociales. A cambio le otorgaron el derecho a visitar a su hija, aunque durante mucho tiempo no hizo
uso de él.
Incluso entonces, Jobs seguía a veces alterando la realidad que le rodeaba. «Al final nos lo dijo a los miembros del consejo de administración —recordaba Arthur Rock—, pero seguía insistiendo en que había muchas probabilidades de que él no fuera el padre. Deliraba». Según le dijo a Michael Moritz, un periodista de Time, si se analizaban las estadísticas, quedaba claro que «el 28 % de la población masculina de Estados Unidos podría ser el padre». Aquella no solo era una afirmación falsa, sino también muy extraña. Peor aún, cuando Chrisann Brennan se enteró más tarde de lo que él había dicho, creyó equivocadamente que Jobs había realizado la hiperbólica declaración de que ella podría haberse acostado con el 28 % de los varones estadounidenses. «Estaba tratando de presentarme como una guarra — recordaba ella—. Intentó asignarme la imagen de una puta para no asumir su responsabilidad».
Años más tarde, Jobs se mostró arrepentido por la forma en que se había comportado, y fue una de las pocas ocasiones de su vida en las que lo reconoció: Me gustaría haber enfocado el asunto de una forma diferente. En aquel momento no podía verme como padre, así que no me enfrenté a la situación. Sin embargo, cuando los resultados de la prueba demostraron que era mi hija, no es cierto que yo lo pusiera en duda. Accedí a mantenerla hasta que cumpliera los dieciocho años de edad y le di también algo de dinero a Chrisann. Encontré una casa en Palo Alto, la amueblé y les dejé vivir allí sin que tuvieran que pagar alquiler alguno. Su madre le buscó colegios estupendos que yo pagué. Traté de hacer lo correcto, pero si pudiera hacerlo de nuevo, lo haría mejor.

Fuente: Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de
David González-Iglesias González/Torreclavero
www.megustaleer.com

ELIFAZ. "Elifaz temanita"

ELIFAZ. "Elifaz temanita" fue uno de los tres "consoladores" de Job. Tras siete días y noches de silencio y quejas de Job, Elifaz habló condenando la actitud de Job y magnificando la grandeza, majestad y pureza de Dios. El argumento de su discurso es la falsa idea de que el sufrimiento es castigo del pecado (véase Job 2:11; 4:1-5:27; 15; 22). Véase el libro de Job, capítulo cuarto.

Fuente: Mini biografías de grandes
personajes bíblicos
Por Donald E. Demaray

Steve Jobs. La biografía - MIKE SCOTT

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MIKE SCOTT
Apple era ya una auténtica compañía, con una docena de empleados, una línea de crédito abierta y las presiones diarias causadas por los clientes y proveedores.
Incluso habían salido del garaje de Jobs para mudarse a una oficina de alquiler en el Stevens Creek Boulevard de Cupertino, a algo más de un kilómetro del instituto al que asistieron Jobs y Wozniak.
Jobs no llevaba nada bien sus crecientes responsabilidades. Siempre había sido temperamental e irritable. En Atari, su comportamiento lo había relegado al turno de noche, pero en Apple aquello no era posible. «Se volvió cada vez más tiránico y cruel con sus críticas —aseguró Markkula—. Le decía a la gente cosas como: “Ese diseño es una mierda”». Era particularmente duro con Randy Wigginton y Chris Espinosa, los jóvenes programadores de Wozniak. «Steve entraba, le echaba un
vistazo a lo que yo hubiera hecho y me decía que era una mierda sin tener ni idea de lo que era o de por qué lo había hecho», afirmó Wigginton, que por entonces acababa de terminar el instituto.
También estaba el problema de la higiene. Jobs seguía convencido, contra toda evidencia, de que sus dietas vegetarianas le ahorraban la necesidad de utilizar desodorante o ducharse con regularidad. «Teníamos que ponerlo literalmente en la puerta y obligarle a que fuera a ducharse —comentó Markkula—. Y en las reuniones nos tocaba contemplar sus pies sucios». En ocasiones, para aliviar el estrés, se remojaba los pies en el inodoro, una práctica que no producía el mismo efecto en sus colegas.
Markkula rehuía la confrontación, así que decidió contratar a un presidente, Mike Scott, para que ejerciera un control más estricto sobre Jobs. Markkula y Scott habían entrado a trabajar en Fairchild el mismo día de 1967, sus despachos se encontraban puerta con puerta y su cumpleaños, el mismo día, lo celebraban juntos todos los años. Durante la comida de celebración en febrero de 1977, cuando Scott cumplía treinta y dos años, Markkula le propuso ser el nuevo presidente de Apple.
Sobre el papel, parecía una gran elección. Era responsable de una línea de productos en National Semiconductor, y tenía la ventaja de ser un directivo que comprendía el campo de la ingeniería. En persona, no obstante, presentaba algunas peculiaridades. Tenía exceso de peso, varios tics y problemas de salud, y tendía a estar tan tenso que iba por los pasillos con los puños apretados. También solía discutirlo todo, y a la hora de tratar con Jobs eso podía ser bueno o malo.
Wozniak respaldó rápidamente la idea de contratar a Scott. Como Markkula, odiaba enfrentarse a los conflictos creados por Jobs. Este último, como era de esperar, no lo tenía tan claro. «Yo solo tenía veintidós años y sabía que no estaba preparado para dirigir una empresa de verdad —diría—, pero Apple era mi bebé, y no quería entregárselo a nadie». Ceder una porción de control le resultaba angustioso. Le dio vueltas al asunto durante largas comidas celebradas en la hamburguesería Bob’s Big Boy (la favorita de Woz) y en el restaurante de productos naturales Good Earth (el favorito de Jobs). Al final acabó por dar su aprobación, aunque con reticencias.
Mike Scott —llamado Scotty para distinguirlo de Mike Markkula— tenía una misión principal: gestionar a Jobs. Y eso era algo que normalmente había que hacer a través del sistema preferido de Jobs para celebrar un encuentro: dando un paseo. «Mi primer paseo fue para decirle que se lavara más a menudo —recordaba Scott—.
Respondió que, a cambio, yo tenía que leer su libro de dietas frutarianas y tomarlo en cuenta para perder peso». Scott nunca siguió la dieta ni perdió demasiado peso, y Jobs solo realizó algunas pequeñas modificaciones en su rutina higiénica. «Steve se empeñaba en ducharse solo una vez a la semana, y estaba convencido de que aquello resultaba suficiente siempre y cuando siguiera con su dieta de frutas», comentó Scott.
Jobs adoraba el control y detestaba la autoridad. Aquello estaba destinado a convertirse en un problema con el hombre que había llegado para controlarlo, especialmente cuando Jobs descubrió que Scott era una de las escasísimas personas a las que había conocido que no estaba dispuesto a someterse a su voluntad. «La cuestión entre Steve y yo era quién podía ser más testarudo, y yo resultaba bastante bueno en aquello —afirmó Scott—. Él necesitaba que le pusieran freno, pero
estaba claro que no le hacía ninguna gracia». Tal y como Jobs comentó posteriormente, «nunca le he gritado a nadie tanto como a Scotty».
Uno de los primeros enfrentamientos tuvo lugar por el orden de la numeración de los empleados. Scott le asignó a Wozniak el número 1 y a Jobs el número 2. Como era de esperar, Jobs exigió ser el número 1. «No se lo acepté, porque aquello hubiera hecho que su ego creciera aún más», afirmó Scott. A Jobs le dio un berrinche, e incluso se echó a llorar. Al final propuso una solución: él podía tener el número 0. Scott cedió, al menos en lo referente a sus tarjetas de identificación, pero el Bank of America necesitaba un entero positivo para su programa de nóminas, y allí Jobs siguió siendo el número 2.
Existía un desacuerdo fundamental que iba más allá de la vanidad personal. Jay Elliot, que fue contratado por Jobs tras un encuentro fortuito en un restaurante, señaló un rasgo destacado de su antiguo jefe: «Su obsesión es la pasión por el producto, la pasión por la perfección del producto». Mike Scott, por su parte, nunca permitió que la búsqueda de la perfección tuviera prioridad sobre el pragmatismo. El diseño de la carcasa del Apple II fue uno de los muchos ejemplos. La compañía Pantone, a la que Apple recurría para especificar los colores de sus cubiertas plásticas, contaba con más de dos mil tonos de beis. «Ninguno de ellos era suficientemente bueno para Steve —se maravilló Scott—. Quería crear un tono diferente, y yo tuve que pararle los pies». Cuando llegó la hora de fijar el diseño de la carcasa, Jobs se pasó días angustiado acerca de cómo de redondeadas debían estar las esquinas. «A mí no me importaba lo redondeadas que estuvieran —comentó Scott—. Yo solo quería
que se tomara la decisión». Otra disputa tuvo que ver con las mesas de montaje. Scott quería un gris estándar, y Jobs insistió en pedir mesas de color blanco nuclear hechas a medida. Todo aquello desembocó finalmente en un enfrentamiento ante Markkula acerca de si era Jobs o Scott quien podía firmar los pedidos. Markkula se puso de parte de Scott. Jobs también insistía en que Apple fuera diferente en la manera de tratar a sus clientes: quería que el Apple II incluyera una garantía de un año.
Aquello dejó boquiabierto a Scott, porque la garantía habitual era de noventa días. Una vez más, Jobs prorrumpió en sollozos durante una de sus discusiones acerca
del tema. Dieron un paseo por el aparcamiento para calmarse, y Scott decidió ceder en este punto.
Wozniak comenzó a molestarse ante la actitud de Jobs. «Steve era demasiado duro con la gente —afirmó—. Yo quería que nuestra empresa fuera como una familia en la que todos nos divirtiéramos y compartiésemos lo que estuviéramos haciendo». Jobs, por su parte, opinaba que Wozniak sencillamente se negaba a madurar. «Era muy infantil —comentó—. Había escrito una versión estupenda de BASIC, pero nunca lograba sentarse a escribir la versión de BASIC con coma flotante que necesitábamos, así que al final tuvimos que hacer un trato con Microsoft. No se centraba».
Sin embargo, por el momento los choques entre ambas personalidades eran manejables, principalmente porque a la compañía le iba muy bien. Ben Rosen, el analista que con sus boletines creaba opinión en el mundo tecnológico, se convirtió en un entusiasta defensor del Apple II. Un desarrollador independiente diseñó la primera hoja de cálculo con un programa de economía doméstica para ordenadores personales, VisiCalc, y durante un tiempo solo estuvo disponible para el Apple II, lo que convirtió al ordenador en algo que las empresas y las familias podían comprar de forma justificada. La empresa comenzó a atraer a nuevos inversores influyentes.
Arthur Rock, el pionero del capital riesgo, no había quedado muy impresionado en un primer momento, cuando Markkula envió a Jobs a verlo. «Tenía unas pintas como si acabara de regresar de ver a ese gurú suyo de la India —recordaba Rock—, y olía en consonancia». Sin embargo, después de ver el Apple II, decidió invertir en ello y se unió al consejo de administración.
El Apple II se comercializó, en varios modelos, durante los siguientes dieciséis años, con unas ventas de cerca de seis millones de unidades. Aquella, más que ninguna otra máquina, impulsó la industria de los ordenadores personales. Wozniak merece el reconocimiento por haber diseñado su impresionante placa base y el software que la acompañaba, lo que representó una de las mayores hazañas de la invención individual del siglo. Sin embargo, fue Jobs quien integró las placas de Wozniak en un conjunto atractivo, desde la fuente de alimentación hasta la elegante carcasa. También creó la empresa que se levantó en torno a las máquinas de
Wozniak. Tal y como declaró posteriormente Regis McKenna: «Woz diseñó una gran máquina, pero todavía seguiría arrinconada en las tiendas para aficionados a la electrónica de no haber sido por Steve Jobs». Sin embargo, la mayoría de la gente consideraba que el Apple II era una creación de Wozniak. Aquello motivó a Jobs a ir en pos del siguiente gran avance, uno que pudiera considerar totalmente suyo.

Fuente: Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de
David González-Iglesias González/Torreclavero
www.megustaleer.com  

ELÍ ELÍAS



ELÍ ELÍAS. Elías tisbita, oriundo probablemente de la aldea de Tisbet, en Galilea, era amigo de la vida al aire libre (2 Reyes 1:8) y gran corredor (1 Reyes 18:26). Predijo una sequía (1 Reyes 17:1) como castigo por la idolatría de Israel (1 Reyes 18:18). Durante esta sequía Elías fue alimentado por cuervos en el arroyo de Querit (1 Reyes 17:5-6) y cuando el arroyo se secó fue alimentado por una viuda (1 Reyes 17:10-16). En un desafío en el monte Carmelo, el profeta demostró que Jehová Dios, y no Baal, era el verdadero Dios (1 Reyes 18:20-39). Jezabel, esposa del rey Acab, procuró entonces matar a Elías, y éste huyó por el desierto hasta el monte Horeb, en donde Dios lo mantuvo cuarenta días y noches (1 Reyes 19:15-17). En el monte Horeb Dios, "en un silbo apacible", ordenó a Elías ungir a Hazael por rey de Siria, a Jehú por rey de Israel y a Eliseo como profeta suyo (1 Reyes
19:12-17). Igual que Enoc (Génesis 5:24), Elías fue trasladado al cielo sin pasar por la muerte.
Fuente: Mini biografías de grandes
personajes bíblicos
Por Donald E. Demaray

Stephanie Kwolek

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Stephanie Kwolek (1923-?) y la fibra Kevlar
Nació en New Kensington, Pennsylvania, graduándose
en químicas en 1946 en la Universidad
femenina Margaret Morrison, hoy Universidad
Carnegie Mellon. La investigación de
Stephanie Kwolek con compuestos de productos
químicos de alto rendimiento para la DuPont
Company en Buffalo condujo al desarrollo de un
material sintético, que es cinco veces más fuerte
que el acero, extremadamente ligero (más que
la fibra de vidrio ) y resistente al calor. Muchos
policías y bomberos deben sus vidas a Stephanie
Kwolek, porque Kevlar es el material usado en
los chalecos antibalas y los trajes ignífugos.
Otros usos del compuesto incluyen los cables
subacuáticos, las guarniciones de los frenos, los
vehículos espaciales, los barcos, los paracaídas,
los esquíes, y los materiales de construcción.
Fuente: Mujeres Inventoras
Raquel Barcos Reyero
Eulalia Pérez Sedeño

Steve Jobs. La biografía Cuando Burge finalmente accedió a conducir hasta el garaje de Jobs,

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Steve Jobs. La biografía
Cuando Burge finalmente accedió a conducir hasta el garaje de Jobs, recuerda que pensó: «Madre de dios, este tío es un chalado. A ver cuándo puedo largarme y dejar a este payaso sin parecer grosero». Pero entonces, mientras tenía enfrente a aquel Jobs melenudo y sin lavar, se le pasaron por la mente dos ideas: «Primero, que era un joven increíblemente inteligente, y segundo, que no entendía ni la centésima parte de lo que me estaba contando».
Así pues, los dos jóvenes recibieron una invitación para reunirse con «Regis McKenna, en persona», tal y como rezaban sus atrevidas tarjetas de visita. En esta ocasión fue Wozniak, tímido por lo general, quien se mostró irritable. Tras echarle un vistazo a un artículo que el ingeniero estaba escribiendo sobre Apple, McKenna sugirió que era demasiado técnico y que había que aligerarlo un poco. «No quiero que ningún relaciones públicas me toque ni una coma», reaccionó Wozniak con brusquedad. A lo que McKenna respondió que entonces había llegado el momento de que se largaran de su despacho. «Pero Steve me llamó inmediatamente y aseguró que quería volver a reunirse conmigo —recordaba McKenna—. Esta vez vino sin Woz, y conectamos perfectamente».
McKenna puso a su equipo a trabajar en los folletos para el Apple II. Lo primero que necesitaban era sustituir el logotipo de Ron Wayne, con su estilo ornamentado de un grabado de la época victoriana, que iba en contra del estilo publicitario colorido y travieso de McKenna. Así pues, Rob Janoff, uno de los directores artísticos,
 el encargo de crear una nueva imagen. «No quiero un logotipo mono», ordenó Jobs. Janoff les presentó la silueta de una manzana en dos versiones, una de ellas completa y la otra con un mordisco. La primera se parecía demasiado a una cereza, así que Jobs eligió aquella a la que le faltaba un trozo. La versión elegida incluía también en la silueta seis franjas de colores en tonos psicodélicos que iban desde el verde del campo al azul del cielo, a pesar de que aquello encarecía notablemente la impresión del logotipo. Encabezando el folleto, McKenna colocó una máxima que a menudo se atribuye a Leonardo da Vinci, y que se convirtió en el precepto fundamental de la filosofía del diseño de Jobs: «La sencillez es la máxima sofisticación».
LA PRIMERA Y ESPECTACULAR PRESENTACIÓN
La presentación del Apple II estaba programada para coincidir con la primera Feria de Ordenadores de la Costa Oeste, que iba a celebrarse en abril de 1977 en San
Francisco. Había sido organizada por un incondicional del Homebrew Club, Jim Warren, y Jobs reservó un hueco para Apple en cuanto recibió el paquete con la información. Quería asegurarse un puesto justo a la entrada del recinto como manera espectacular de presentar el Apple II, así que sorprendió a Wozniak al adelantar
5.000 dólares. «Steve aseguró que esta era nuestra gran presentación —afirmó Wozniak—. Íbamos a mostrarle al mundo que teníamos una gran máquina y una gran compañía».
Aquella era la puesta en práctica del principio de Markkula según el cual resultaba importante que todos te «atribuyeran» grandeza causando una impresión memorable en la gente, especialmente a la hora de presentar un producto nuevo. Esta idea quedó reflejada en el cuidado que puso Jobs con la zona de exposición de
Apple. Otros expositores contaban con mesas plegables y tablones para colocar sus carteles. Apple dispuso un mostrador cubierto de terciopelo rojo y un gran panel de plexiglás retroiluminado con el nuevo logotipo de Janoff. Expusieron los tres únicos Apple II terminados, pero apilaron cajas vacías para dar la impresión de que tenían muchos más disponibles.
Jobs se enfureció cuando vio que las carcasas de los ordenadores presentaban diminutas imperfecciones, así que mientras llegaban a la feria les ordenó a los empleados de la empresa que las lijaran y pulieran. El principio de la atribución llegó incluso al extremo de adecentar a Jobs y a Wozniak. Markkula los envió a un sastre de San Francisco para que les hiciera unos trajes de tres piezas que les conferían un aspecto algo ridículo, como un adolescente con chaqué. «Markkula nos explicó que tendríamos que ir bien vestidos, qué aspecto debíamos presentar, cómo debíamos comportarnos», recordaba Wozniak.
El esfuerzo mereció la pena. El Apple II parecía un producto sólido y a la vez agradable, con su elegante carcasa beis, a diferencia de las intimidantes máquinas recubiertas de metal o las placas desnudas que se veían en otras mesas. Apple recibió trescientos pedidos durante la feria, y Jobs llegó incluso a conocer a un fabricante textil japonés, Mizushima Satoshi, que se convertiría en el primer vendedor de Apple en aquel país.
Pero ni siquiera la ropa elegante y las instrucciones de Markkula sirvieron para evitar que el irrefrenable Wozniak gastara algunas bromas. Uno de los programas que presentó trataba de adivinar la nacionalidad de la gente a partir de sus apellidos, y a continuación mostraba los típicos chistes sobre el país en cuestión. También creó y distribuyó el prospecto falso de un nuevo ordenador llamado «Zaltair», con todo tipo de superlativos y clichés publicitarios del estilo: «Imagínate un coche con cinco ruedas...». Jobs cayó en el engaño e incluso se enorgulleció de que el Apple II superase al Zaltair en la tabla comparativa. No supo quién había sido el autor de la broma hasta ocho años más tarde, cuando Woz le entregó una copia enmarcada del folleto como regalo de cumpleaños.
Fuente:  Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de
David González-Iglesias González/Torreclavero

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