Steve Jobs. La biografía
El fin de semana del día de Acción de Gracias de su último
año de instituto, visitó la
Universidad de Colorado. Estaba cerrada por vacaciones, pero
encontró a un estudiante de ingeniería que lo llevó a dar una vuelta por
los laboratorios. Wozniak le rogó a su padre que le permitiera ir a estudiar
allí, a pesar de que la matrícula para estudiantes que vinieran de otro estado no era algo que
pudieran permitirse con facilidad. Llegaron a un acuerdo: podría ir allí a
estudiar durante un año, pero después se pasaría a la Universidad Comunitaria
de De Anza, en California. Al final se vio obligado a cumplir con su parte del
trato. Tras llegar a Colorado en el otoño de 1969, pasó tanto tiempo gastando bromas (tales como imprimir
cientos de páginas que rezaban «Me cago en Nixon») que suspendió un par de
asignaturas y lo pusieron en un régimen de vigilancia académica. Además, creó un programa
para calcular números de Fibonacci que consumía tanto tiempo de uso de los
ordenadores que la universidad lo amenazó con cobrarle los costes. En lugar de
contarles todo aquello a sus padres, optó por cambiarse a De Anza.
Tras un agradable año en De Anza, Wozniak se tomó un
descanso para ganar algo de dinero. Encontró trabajo en una compañía que
fabricaba ordenadores para el departamento de tráfico, y uno de sus compañeros le hizo una
oferta maravillosa: le entregaría algunos chips sueltos para que pudiera
construir uno de los ordenadores que había estado bosquejando sobre el papel. Wozniak decidió
utilizar tan pocos chips como le fuera posible, como reto personal y porque no
quería aprovecharse
demasiado de la generosidad de su compañero.
Gran parte del trabajo se llevó a cabo en el garaje de un
amigo que vivía justo a la vuelta de la esquina, Bill Fernandez, que todavía
era estudiante del instituto Homestead. Para refrescarse tras sus esfuerzos, bebían
grandes cantidades de un refresco de soda con sabor a vainilla llamado Cragmont
Cream Soda, y después iban en bici hasta el supermercado de Sunnyvale para devolver las
botellas, recuperar el depósito y comprar más bebida. «Así es como empezamos a
referirnos al proyecto como el Ordenador de la Cream Soda », relató
Wozniak. Se trataba básicamente de una calculadora capaz de multiplicar números
que se introducían mediante un conjunto de interruptores y que mostraba los resultados en
código binario con un sistema de lucecitas.
Cuando estuvo acabada, Fernandez le dijo a Wozniak que había
alguien en el instituto Homestead a quien debía conocer. «Se llama Steve. Le
gusta gastar bromas,
como a ti, y también le gusta construir aparatos
electrónicos, como a ti». Puede que aquella fuera la reunión más importante en
un garaje de Silicon Valley desde que Hewlett fue a visitar a Packard treinta y dos años antes.
«Steve y yo nos sentamos en la acera frente a la casa de Bill durante una
eternidad, y estuvimos compartiendo historias, sobre todo acerca de las bromas que habíamos
gastado y también sobre el tipo de diseños de electrónica que habíamos hecho
—recordaba Wozniak—.
Teníamos muchísimo en común. Normalmente, a mí me costaba
una barbaridad explicarle a la gente la clase de diseños con los que trabajaba,
pero Steve lo captó
enseguida. Y me gustaba. Era delgado y nervudo, y rebosaba
energía». Jobs también estaba impresionado. «Woz era la primera persona a la
que conocía que sabía más de electrónica que yo —declaró una vez, exagerando su
propia experiencia—. Me cayó bien al instante. Yo era algo maduro para mi edad
y él algo inmaduro para la suya, así que el resultado era equilibrado. Woz era muy
brillante, pero emocionalmente tenía mi misma edad».
Además de su interés por los ordenadores, compartían una
pasión por la música. «Aquella era una época increíble para la música —comentó
Jobs—. Era como vivir
en la época en la que vivían Beethoven y Mozart. De verdad.
Cuando la gente eche la vista atrás, lo interpretará así. Y Woz y yo estábamos
muy metidos en ella».
Concretamente, Wozniak le descubrió a Jobs las maravillas de
Bob Dylan. «Localizamos a un tío de Santa Cruz llamado Stephen Pickering que
publicaba una especie de boletín sobre Dylan —explicó Jobs—. Dylan grababa en
cinta todos sus conciertos, y algunas de las personas que lo rodeaban no eran
demasiado escrupulosas, porque al poco tiempo había grabaciones de sus conciertos
por todas partes, copias pirata de todos. Y ese chico las tenía todas».
Darles caza a las cintas de Dylan pronto se convirtió en una
empresa conjunta. «Los dos recorríamos a pie todo San José y Berkeley
preguntando por las cintas pirata de Dylan para coleccionarlas —confesó Wozniak—.
Comprábamos folletos con las letras de Dylan y nos quedábamos despiertos hasta
altas horas mientras las interpretábamos. Las palabras de Dylan hacían resonar en
nosotros acordes de pensamiento creativo». Jobs añadió: «Tenía más de cien
horas, incluidos todos los conciertos de la gira de 1965 y 1966», en la que se pasó a
los instrumentos eléctricos. Los dos compraron reproductores de casetes de TEAC
de última generación.
«Yo utilizaba el mío a baja velocidad para grabar muchos
conciertos en una única cinta», comentó Wozniak. La obsesión de Jobs no le iba
a la zaga. «En lugar de grandes altavoces me compré un par de cascos increíbles, y
me limitaba a tumbarme en la cama y a escuchar aquello durante horas».
Jobs había formado un club en el instituto Homestead para
organizar espectáculos de luz y música, y también para gastar bromas (una vez
pegaron el asiento de un
retrete pintado de dorado sobre una maceta). Se llamaba Club
Buck Fry debido a un juego de palabras con el nombre del director del
instituto. Aunque ya se habían graduado, Wozniak y su amigo Allen Baum se unieron a Jobs,
al final de su penúltimo año de instituto, para preparar un acto de despedida a
los alumnos de último curso que acababan la secundaria. Mientras me mostraba el
campus de Homestead, cuatro décadas más tarde, Jobs se detuvo en el escenario
de la aventura y señaló:
«¿Ves ese balcón? Allí es donde gastamos la broma de la
pancarta que selló nuestra amistad». En el patio trasero de Baum, extendieron
una gran sábana que él había teñido con los colores blanco y verde del instituto y
pintaron una enorme mano con el dedo corazón extendido, en una clásica peineta.
La adorable madre judía de Baum incluso los ayudó a dibujarla y les mostró cómo
añadirle sombreados para hacer que pareciera más auténtica. «Ya sé lo que es
eso», se reía ella. Diseñaron un
sistema de cuerdas y poleas para que pudiera desplegarse
teatralmente justo cuando la promoción de graduados desfilase ante el balcón, y
lo firmaron con grandes letras, «SWAB JOB», las iniciales de Wozniak y Baum
combinadas con parte del apellido de Jobs. La travesura pasó a formar parte de
la historia del instituto, y le valió a Jobs una nueva expulsión.
Otra de las bromas incluía un aparato de bolsillo construido
por Wozniak que podía emitir señales de televisión. Lo llevaba a una sala donde
hubiera un grupo de
personas viendo la tele, como por ejemplo una residencia de
estudiantes, y apretaba el botón discretamente para que la pantalla se llenara
de interferencias. Cuando
alguien se levantaba y le daba un golpe al televisor,
Wozniak soltaba el botón y la imagen volvía a aparecer nítida. Una vez que
tenía a los desprevenidos espectadores
saltando arriba y abajo a su antojo, les ponía las cosas
algo más difíciles. Mantenía las interferencias en la imagen hasta que alguien
tocaba la antena. Al final, acababa por hacerles pensar que tenían que sujetar la antena
mientras se apoyaban en un único pie o tocaban la parte superior del televisor.
Años más tarde, en una conferencia inaugural en la que estaba teniendo algunos problemas para
que funcionara un vídeo, Jobs se apartó del guión y contó la diversión que
aquel artilugio les había
proporcionado. «Woz lo llevaba en el bolsillo y entrábamos
en un colegio mayor […] donde un grupo de chicos estaba, por ejemplo, viendo
Star Trek, y les fastidiaba la señal. Alguien se acercaba para arreglar el televisor, y,
justo cuando levantaban un pie del suelo, la volvía a poner bien
—contorsionándose sobre el escenario hasta quedar hecho un ocho, Jobs concluyó su relato ante las
carcajadas del público—, y en menos de cinco minutos conseguía que alguien
acabara en esta postura».
Fuente: Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de
David González-Iglesias González/Torreclavero
www.megustaleer.com
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