Steve Jobs. La biografía
La combinación definitiva de trastadas y electrónica —y la
aventura que ayudó a crear Apple— se puso en marcha una tarde de domingo,
cuando Wozniak leyó un artículo en Esquire que su madre le había dejado sobre la
mesa de la cocina. Era septiembre de 1971, y él estaba a punto de marcharse al
día siguiente para Berkeley, su tercera universidad. La historia, de Ron Rosenbaum,
titulada «Secretos de la cajita azul», describía cómo los piratas informáticos
y telefónicos habían encontrado la forma de realizar llamadas gratuitas de larga distancia
reproduciendo los tonos que desviaban las señales a través de la red
telefónica. «A mitad del artículo, tuve que llamar a mi mejor amigo, Steve Jobs, y leerle trozos de
aquel largo texto», recordaba Wozniak. Sabía que Jobs, quien por aquel entonces
comenzaba su último año de instituto, era una de las pocas personas que podía compartir
su entusiasmo.
Uno de los héroes del texto era John Draper, un pirata
conocido como Captain Crunch, porque había descubierto que el sonido emitido
por el silbato que venía con las cajas de cereales del mismo nombre era exactamente el
sonido de 2.600 hercios que se utilizaba para redirigir las llamadas a través
de la red telefónica. Aquello podía engañar al sistema para efectuar conferencias de larga
distancia sin costes adicionales. El artículo revelaba la posibilidad de
encontrar otros tonos, que servían como señales de monofrecuencia dentro de la banda para
redirigir llamadas, en un ejemplar del Bell System Technical Journal, hasta el
punto de que la compañía telefónica comenzó a exigir la retirada de dichos ejemplares
de los estantes de las bibliotecas.
En cuanto Jobs recibió la llamada de Wozniak esa tarde de
domingo, supo que tenían que hacerse inmediatamente con un ejemplar de la
revista. «Woz me recogió unos minutos después, y nos dirigimos a la biblioteca del
Centro de Aceleración Lineal de Stanford, para ver si podíamos encontrarlo», me
contó Jobs. Era domingo y la biblioteca estaba cerrada, pero sabían cómo colarse por
una puerta que normalmente no estaba cerrada con llave. «Recuerdo que nos
pusimos a rebuscar frenéticamente por las estanterías, y que fue Woz el que
finalmente encontró la revista. Nos quedamos pensando: “¡Joder!”. La abrimos y
allí estaban todas las frecuencias. Seguimos repitiéndonos: “Pues es verdad, joder,
es verdad”. Allí estaba todo: los tonos, las frecuencias...».
Wozniak se dirigió a la tienda de electrónica de Sunnyvale
antes de que cerrara esa tarde y compró las piezas necesarias para fabricar un
generador analógico de tonos. Jobs ya había construido un frecuencímetro cuando
formaba parte del Club de Exploradores de Hewlett-Packard, así que lo
utilizaron para calibrar los tonos deseados. Y, mediante un teléfono, podían reproducir y
grabar los sonidos especificados en el artículo. A medianoche estaban listos
para ponerlo a prueba.
Desgraciadamente, los osciladores que utilizaron no eran lo
bastante estables como para simular los sonidos exactos que engañaran a la
compañía telefónica.
«Comprobamos la inestabilidad de la señal con el
frecuencímetro de Steve —señaló Wozniak—, y no podíamos hacerlo funcionar. Yo
tenía que irme a Berkeley a la mañana siguiente, así que decidimos que trataría de
construir una versión digital cuando llegase allí».
Nadie había hecho nunca una versión digital de una caja
azul, pero Woz estaba listo para el reto. Gracias a unos diodos y transistores
comprados en una tienda de electrónica RadioShack, y con la ayuda de un estudiante de
música de su residencia que tenía buen oído, consiguió construirla antes del
día de Acción de Gracias.
«Nunca he diseñado un circuito del que estuviera más
orgulloso —declararía más tarde—. Todavía me parece que fue algo increíble».
Una noche, Wozniak condujo desde Berkeley hasta la casa de
Jobs para probarlo. Trataron de llamar al tío de Wozniak en Los Ángeles, pero
se equivocaron de número. No importaba. El aparato había funcionado. «¡Hola!
¡Le estamos llamando gratis! ¡Le estamos llamando gratis!», vociferaba Wozniak.
La persona al otro lado de la línea estaba confusa y enfadada. Jobs se unió a la
conversación: «¡Estamos llamando desde California! ¡Desde California! Con una
caja azul». Es probable que aquello dejara al hombre todavía más desconcertado, puesto
que él también se encontraba en California.
Al principio, utilizaban la caja azul para divertirse y
gastar bromas. La más famosa fue aquella en que llamaron al Vaticano y Wozniak
fingió ser Henry Kissinger, que quería hablar con el Papa. «Nos encontrrramos en una
cumbrrre en Moscú, y querrremos hablarrr con el Papa», recuerda Woz que
dijeron. Le contestaron que eran las cinco y media de la mañana y que el Papa estaba dormido.
Cuando volvieron a llamar, le pasaron con un obispo que debía actuar como
intérprete, pero nunca consiguieron que el Papa se pusiera al aparato. «Se dieron
cuenta de que Woz no era Henry Kissinger —comentó Jobs—. Estábamos en una
cabina pública».
Entonces tuvo lugar un hito importante, que estableció una
pauta en su relación: a Jobs se le ocurrió que las cajas azules podían ser algo
más que una mera afición.
Podían construirlas y venderlas. «Junté el resto de los
componentes, como las cubiertas, las baterías y los teclados, y discurrí acerca
del precio que podíamos fijar», afirmó Jobs, profetizando las funciones que iba a desempeñar
cuando fundaran Apple. El producto acabado tenía el tamaño aproximado de dos
barajas de naipes. Las piezas costaban unos 40 dólares, y Jobs decidió que debían
venderlo por 150.
A semejanza de otros piratas telefónicos como Captain
Crunch, ambos adoptaron nombres falsos. Wozniak se convirtió en Berkeley Blue,
y Jobs era Oaf Tobark.
Los dos iban por los colegios mayores buscando a gente que
pudiera estar interesada, y entonces hacían una demostración y conectaban la
caja azul a un teléfono y un altavoz. Ante la mirada de los clientes potenciales,
llamaban a lugares como el Ritz de Londres o a un servicio automático de
chistes grabados en Australia.
«Fabricamos unas cien cajas azules y las vendimos casi
todas», recordaba Jobs.
Fuente: Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de
David González-Iglesias González/Torreclavero
www.megustaleer.com
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