Steve Jobs. La biografía
El Apple I
Enciende, arranca, desconecta...
MÁQUINAS DE AMANTE BELLEZA
Varias corrientes culturales confluyeron en
San Francisco y Silicon Valley durante el final de la década de 1960. Estaba la
revolución tecnológica iniciada con el crecimiento de las compañías
contratistas del ejército, que pronto incluyó empresas de electrónica,
fabricantes de microchips, diseñadores de videojuegos y compañías de
ordenadores. Había una subcultura hacker —llena de radioaficionados, piratas
telefónicos, ciberpunks, gente aficionada a la tecnología y gente obsesionada
con ella — que incluía a ingenieros ajenos al patrón de Hewlett-Packard y sus
hijos, y que tampoco encajaban en el ambiente de las urbanizaciones. Había
grupos cuasiacadémicos que estudiaban los efectos del LSD, y entre cuyos
participantes se encontraban Doug Engelbart, del centro de investigación de
Palo Alto (el Augmentation Research Center), que después ayudó a desarrollar el
ratón informático y las interfaces gráficas, y Ken Kesey, que disfrutaba de la
droga con espectáculos de luz y sonido en los que se escuchaba a un grupo local
más tarde conocido como los Grateful Dead. Había un movimiento hippy, nacido de
la generación beat del área de la bahía de San Francisco, y también rebeldes
activistas políticos, surgidos del movimiento Libertad de Expresión de
Berkeley. Mezclados con todos ellos existieron varios movimientos de
realización personal que buscaban el camino de la iluminación, grupos de
pensamiento zen e hindú, de meditación y de yoga, de gritos primales y de
privación del sueño, seguidores del Instituto Esalen y de Werner Erhard.
Steve Jobs representaba esta fusión entre el
flower power y el poder de los procesadores, entre la iluminación y la
tecnología. Meditaba por las mañanas, asistía como oyente a clases de física en
Stanford, trabajaba por las noches en Atari y soñaba con crear su propia
empresa. «Allí estaba ocurriendo algo —dijo una vez, tras reflexionar sobre
aquella época y aquel lugar—. De allí venían la mejor música —los Grateful
Dead, Jefferson Airplane, Joan Baez, Janis Joplin— y también los circuitos
integrados y cosas como el Whole Earth Catalog [“Catálogo de toda la Tierra ”] de Stewart Brand».
En un primer momento, los tecnólogos y los
hippies no conectaron muy bien. Muchos miembros de la contracultura hippy veían
a los ordenadores como una herramienta amenazadora y orwelliana, privativa del
Pentágono y de las estructuras de poder. En El mito de la máquina, el
historiador Lewis Mumford alertaba de que los ordenadores estaban
arrebatándonos la libertad y destruyendo «valores enriquecedores». Una
advertencia impresa en las fichas perforadas de aquella época
—«No doblar, perforar o mutilar»— se convirtió
en un lema de la izquierda pacifista no exento de ironía.
Sin embargo, a principios de la década de 1970
estaba comenzando a gestarse un cambio en las mentalidades. «La informática
pasó de verse relegada como herramienta de control burocrático a adoptarse como
símbolo de la expresión individual y la liberación», escribió John Markoff en
su estudio sobre la convergencia de la contracultura y la industria informática
titulado What the Dormouse Said («Lo que dijo el lirón»). Aquel era un espíritu
al que Richard Brautigan dotó de lirismo en su poema de 1967 «Todos protegidos
por máquinas de amante belleza». La fusión entre el mundo cibernético y la
psicodelia quedó certificada cuando Timothy Leary afirmó que los ordenadores
personales se habían convertido en el nuevo LSD y revisó su famoso mantra para
proclamar: «Enciende, arranca, desconecta». El músico
Bono, que después entabló amistad con Jobs, a
menudo hablaba con él acerca de por qué aquellos que se encontraban inmersos en
la contracultura de rebeldía, drogas y rock del área de la bahía de San
Francisco habían acabado por crear la industria de los ordenadores personales.
«Los inventores del siglo XXI eran un grupo de hippies con sandalias que
fumaban hierba y venían de la
Costa Oeste , como Steve. Ellos veían las cosas de forma
diferente —afirmó—. Los sistemas jerárquicos de la Costa Este , de
Inglaterra, Alemania o Japón no favorecen este tipo de pensamiento. Los años
sesenta crearon una mentalidad anárquica que resulta fantástica para imaginar
un mundo que todavía no existe».
Una de las personas que animaron a los miembros
de la contracultura a unirse en una causa común con los hackers fue Stewart
Brand. Este ingenioso visionario creador de diversión y nuevas ideas durante
décadas, así como participante en Palo Alto de uno de los estudios sobre el LSD
de principios de los años sesenta, se unió a su compañero Ken Kesey para
organizar el Trips Festival, un evento musical que exaltaba las drogas
psicodélicas. Brand, que aparece en la primera escena de
Gaseosa de ácido eléctrico, de Tom Wolfe,
colaboró con Doug Engelbart para crear una impactante presentación a base de
luz y sonido llamada «La madre de todas las demostraciones», sobre nuevas
tecnologías. «La mayor parte de nuestra generación despreciaba los ordenadores
por considerarlos la representación del control centralizado —señalaría Brand
después—. Sin embargo, un pequeño grupo (al que después denominaron hackers)
aceptó los ordenadores y se dispuso a transformarlos en herramientas de
liberación. Aquel resultó ser el auténtico camino hacia el futuro».
Brand regentaba una tienda llamada La Tienda-Camión de
Toda la Tierra ,
originariamente un camión errante que vendía herramientas interesantes y
materiales educativos. Luego, en 1968, decidió ampliar sus miras con el
Catálogo de toda la Tierra.
En su primera portada figuraba la célebre fotografía del
planeta Tierra tomada desde el espacio, con el subtítulo Accede a las
herramientas. La filosofía subyacente era que la tecnología podía ser nuestra
amiga.
Como Brand escribió en la primera página de su
primera edición: «Se está desarrollando un mundo de poder íntimo y personal, el
poder del individuo para llevar a cabo su propia educación, para encontrar su
propia inspiración, para forjar su propio entorno y para compartir su aventura
con todo aquel que esté interesado. El Catálogo de toda la Tierra busca y promueve las
herramientas que contribuyen a este proceso». Buckminster Fuller siguió por
este camino con un poema que comenzaba así: «Veo a Dios en los instrumentos y
mecanismos que no fallan...».
Jobs se aficionó al Catálogo. Le impresionó
especialmente su última entrega, publicada en 1971, cuando él todavía estaba en
el instituto, y la llevó consigo a la universidad y a su estancia en el huerto
de manzanos. «En la contraportada de su último número aparecía una fotografía
de una carretera rural a primera hora de la mañana, una de esas que podrías
encontrarte haciendo autoestop si eras algo aventurero. Bajo la imagen había
unas palabras:
“Permanece hambriento. Sigue siendo un
insensato”». Brand ve a Jobs como una de las representaciones más puras de la
mezcla cultural que el Catálogo trataba de promover. «Steve se encuentra
exactamente en el cruce entre la contracultura y la tecnología —afirmó—.
Aprendió lo que significaba poner las herramientas al servicio de los seres
humanos».
Fuente: Steve Jobs. La biografía
Walter Isaacson
Traducción de David González-Iglesias
González/Torreclavero
www.megustaleer.com
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